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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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TVE-1 HA ESTRENADO en su noche del sábado un producto de Gestmusic que se llama Quiero bailar . Lo presenta Josep Lobató, un señor que viene del «circuito catalán» de radio y televisión y que hasta hace poco presentaba Money, money en Cuatro. Lobató es, por así decir, la salsa del guiso: su función consiste en darle animación y sabor; hay que subrayar que se pasa de vueltas, hasta el frenesí. Pero los principales ingredientes son los concursantes, ciudadanos del común -generalmente jóvenes- que bailan para conseguir un premio: participar en el Festival Eurodance, versión baile del Festival de Eurovisión. Para que los ingredientes salten a la cazuela en el adecuado punto de sazón, el programa cuenta con dos bailarines profesionales: María Torres y Nick Flórez. Y quienes juzgan la calidad del menú son tres maestros del arte de Terpsícore (que no es un cocinero de la escuela de Adriá, sino la musa griega de la danza), a saber, Cristina Hoyos, Belén Lobo y Ramón Oller, tres indiscutibles del gremio. Podremos discutir hasta el infinito si este el tipo de programa que una cadena pública debe convertir en bandera de su prime time, pero el debate, en el caso de TVE, ya hay que darlo por amortizado. ¿Por qué? Porque quienes hoy apadrinan este tipo de programas son los mismos que hasta hace poco -cuando eran otros quienes los promovían- los consideraban indignos de la Pública. Así que prescindamos de debates que ya no llevan a ningún sitio y limitémonos a valorar la calidad del producto, Quiero bailar: un programa bastante bien hecho, llevado a escena con cuidado, de tono apto para todos los públicos y que, en general, premia un valor objetivo, a saber, la destreza técnica y estética. Es este último rasgo el que da más nivel al programa, y es también el que deposita la mayor parte del protagonismo en la pericia de los bailarines. Esta gente que aparece ahí, los concursantes, son aproximadamente amateurs, pero el término hay que entenderlo lejos del tono peyorativo que suele atribuirse a la categoría de «aficionados». Basta verlos en acción para constatar que, en general, tienen sobre sus piernas centenares de horas de ensayo, entrenamiento, estudio. Esto diferencia a Quiero bailar de cualquier otro concurso para meritorios: bailar de manera aceptable requiere una pericia técnica muy superior a la que se exige para salir en la tele cantando o, aún más, contando chistes. De paso, para los amantes de la danza -que no son muchos, y eso está muy mal- Quiero bailar tiene el aliciente de mostrar qué es lo que se enseña por ahí en las escuelas, qué tipo de estética se propone. Si a usted le gusta el baile, y se considera capaz de superar el exceso de estridencia del presentador, este programa no le desagradará.

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