Estilismo
AHORA que hablar del asunto ya no va a chafar el desenlace de la historia ni va a restar audiencia a nadie, ventilemos algo que desde hace días viene ocupando a las lenguas de doble filo: la transformación de Ruth Núñez en Yo soy Bea . La cosa puede resumirse así: Bea, puesta de guapa, sigue siendo fea; la forma en que han pretendido embellecerla sólo subraya la belleza que le faltaba. Recordemos: la chica de gafas intolerables, cejas de asfalto y boca de rana se somete al trabajo de unas estilistas. Tras el trabajo, la pantalla nos muestra el fruto de la transformación y el resultado es horrible. Ruth Núñez es una mujer hermosa. No es una barbie ni una hembra neumática ni una tigresa letal -esas deformaciones televisivas de la belleza-, pero sí es hermosa. Le propongo que vea sus galerías de fotos: Ruth tiene una nariz muy singular -natural- que da serenidad al rostro, unos ojos grandes y expresivos y una sonrisa muy fresca, que le da un aire muy juvenil aunque la actriz tenga ya 28 años. Cualquier pintor clásico habría sacado un partido excelente de la luz de esos ojos. Me llama la atención que en los foros de Internet -esos desolladeros donde el anonimato estimula la cobardía y la mala crianza- se haya criticado tanto el hecho de que Ruth Núñez «no sea bella». ¿Cómo que no? Bella, ¿para quién y desde qué punto de vista? Una de las innumerables calamidades que ha traído la cultura de masas es la estandarización del canon estético sobre modelos imposibles. Cientos de miles -y no es exageración- de jóvenes sufren en su propia carne la búsqueda de ese modelo inalcanzable. El canon clásico podía ser tiránico, pero, al menos, era natural. Por el contrario, el canon mass-mediático es del todo artificial y rara vez tiene algo que ver con las mujeres (o los hombres) de carne y hueso. Por decirlo en una fórmula simple: hemos desterrado la estética y la hemos sustituido por la cosmética. Eso precisamente, cosmética, fue lo que los estilistas de Yo soy Bea aplicaron sobre Ruth Núñez en el capítulo «mágico» de la transformación: una gruesa cataplasma de maquillaje sobre el rostro, lo cual le aplanaba la piel; dos toneladas de sombra en los ojos que sólo conseguían achicárselos; severos brochazos de carmín en los labios que le desdibujaban la forma de la boca; un extraño arreglo de lacas y rizos en el cabello que, una vez puesto al viento, producía un efecto extrañísimo, como si le hubieran reconstruido la cabellera a base de pegotes; un vestuario rojo intenso que, por contraste con todo lo demás, sólo conseguía dar a la piel una palidez mórbida Una catástrofe, en fin. A una mujer guapa como Ruth, la transformación consiguió privarla de su belleza natural. Eso pasa cuando sustituimos la estética por la cosmética.