Internado
ME QUEDÉ impresionado viendo la otra noche El internado , en Antena 3. Resulta que dos personajes secundarios de la trama libraron un breve combate de artes marciales. El combate no fue particularmente ortodoxo desde el punto de vista de las artes marciales, pero sí desde la perspectiva del cine de acción: primeros planos de rostro y miembros, cámara concentrada en los movimientos de ataque, sonido ad hoc en cada golpe como si ese puño o esa pierna cortaran el viento ¿Y cómo es posible que en El Internado pase una cosa así? Bueno, lo raro habría sido que no pasara esto, porque en El internado , últimamente, el guión busca desesperadamente que pasen muchas cosas -cuantas más y más raras, mejor-, y la verdad es que lo está consiguiendo. El producto, como máquina, funciona en su habitual registro multitarget. Ya sabe usted que target es como llaman los señores del comercio (mayormente, los que han hecho un máster en Milwaukee) a los sectores de público a los que el producto se dirige; traspasado a la tele, que cada vez más es puro comercio, target indica el sector de audiencia que un programa busca. Los productores, finos estrategas, han llegado a la conclusión de que el producto tendrá tanta más audiencia cuantos más target de público sea capaz de reunir ante la pantalla. Nace así el producto multitarget, caracterizado por intentar tocar a todos los sectores de la audiencia a la vez, como un pianista que pulsara todas las teclas al mismo tiempo. Por eso hay tantas series que abarrotan sus relatos con abuelos, niños, gays, divorciados, casados, adolescentes, minorías étnicas, un andaluz, cobradores de tranvías y porteros de fincas urbanas, es decir, todo el universo mundo en apretada unión. Lo difícil es ponerle luego a todo eso un relato convincente, pero precisamente tal es la causa de que haya tan pocos relatos convincentes en la tele. En el caso de El internado , el problema se ha resuelto inventando una historia completamente caprichosa que parece depender más del capítulo anterior que del desenlace. Lo mejor de la serie, no obstante, es que la acrobacia argumental se ha colocado bajo la advocación de los maestros más afamados del género (o, más bien de todos los géneros), de manera que todo lo que pasa en El internado resulta familiar. ¿Copia? Sí, claro. O para ser más precisos: intertextualidad, y lo digo sin ironía. El internado cita sin el menor recato películas de terror de varia especie, títulos de intriga bastante conocidos, muchísima serie B cinematográfica y televisiva Ahora cita también películas de Seagal o Jackie Chan, lo cual tiene todo el sentido del mundo. El relato está al servicio del producto, y no al revés. Es la tele.