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| Crónica | De barrera a grada |

El público que cazaba pellizcos

A la espera de que rompiera la tarde, los tendidos suspiraron a cada muletazo que parecía anunciar la llegada de las musas

Morante se relaja después de su faena. Mientras, los trabajadores de la plaza recuperan fuerzas

Publicado por
M. J. Muñiz - león
León

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Cada plaza tiene su público, y dentro de cada plaza cada cartel lleva al suyo. El de ayer será, a buen seguro, muy distinto al del resto de las tardes del abono. Fueron unos miles de espectadores que llegaron esperando contemplar el arte en estado puro, y se fueron después de haber intentado echar el lazo por los tendidos a los contados amagos de genio que se prodigaron, poco, en el ruedo. Bajaba la barbilla y la mano Morante, alargaba el trazo, y rugían los olés en los tendidos. Pero, como las faenas, no tuvieron suficiente continuidad. El duende se quedó en Sevilla, y sólo estallaron los famosos «pellizcos» de consolación. Y los gestos del personalísimo torero, pendiente la afición, entre otras cosas, de su puro. Encendió dos, uno al final de cada una de sus faenas. Besó con parsimonia cada uno de los abanicos que volaban desde los tendidos. Cogió al vuelo claveles que agradeció con guiños. Genio y figura. Se esperaba mucho también del Cid, que acostumbrado a las corridas duras podía andar ayer casi de capea. Dejó la torería del diestro maduro y cuajado. Rompió el joven y espigado Perera, pese a su reciente percance. El público lo agradeció todo. Menos la displicencia de Finito en su segundo. Disgustó que no hubiera entendimiento entre toro y torero, pero lo que se abroncó fue la displicencia del torero al fallar a espadas repetidamente, desmotivado por completo. Un diestro con tanta mili a cuestas debe tener más recursos para solventar situaciones incómodas. Por el callejón paseó también Borja Domecq, el ganadero titular. Había traído diez toros, se lidiaron seis. Al final, confidencias con su mayoral. Quizá algún consejo para su hermano Fernando, que lidia el sábado. Y, entre faena y faena, para hacer frente a una tarde larga larga de toros, el personal de la plaza tiene rincones bien surtidos. Que no nos falte de ná.