Diario de León
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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LA PROTAGONISTA de la «parrilla» del viernes -aunque en realidad ya era sábado- saltó donde menos se esperaba: en La 2. Fue la cantante colombiana Shakira, que actuaba esa noche en el festival Rock in Río, en Madrid, cuyos conciertos viene ofreciendo La 2 en extensas sesiones. Era ya medianoche, y fue entonces cuando la cuota de pantalla de la segundona de TVE comenzó a escalar, llegó al 10,3%, incluso al 13%, y terminó por encima de la Primera, Cuatro y La Sexta, y a un tiro de piedra de Telecinco. Es una auténtica hazaña. Pocas veces La 2 consigue sobrepasar en cuota a La Sexta y a Cuatro, ya no digamos a TVE-1. Si excluimos al veterano concurso Saber y ganar -sin duda, el mayor éxito sostenido de La 2-, ningún otro programa de esa cadena está en condiciones de semejante proeza. ¿Tanto tirón tiene Shakira? Este de Shakira es uno de esos fenómenos donde inmediatamente saltan a la vista las diferencias generacionales. Lo supe cierta tarde en la que departía, perezoso, con unos cuantos colegas veinte años más jóvenes que yo. Hablando de famosos, y llevado por la frívola molicie del momento, comenté: «A mí Shakira me parece una modistilla -de las de antes- recién levantada, con sus legañitas y su tajadón, los calcetines sucios al pie del catre». Empecé a esbozar una sonrisa malévola, pero se me congeló en el acto cuando advertí el gesto de escándalo de la concurrencia; qué digo de escándalo: de santa indignación, como la que sólo suscita la peor blasfemia. Tras el gesto vino el acto: una catarata de insultantes reproches se abatió sobre mi cabeza. Conciliador, abandoné mi frivolidad previa y traté de reconducir el problema hacia términos racionales. Imposible. La cosa se resume en lo siguiente: hay un cierto tipo de varón al que los movimientos sinuosos de Shakira y su voz de gravedad quebrada le resultan altamente eróticos; hay, por el contrario, otro tipo de varón que no ve en ella movimientos sinuosos, sino simples convulsiones torácicas, ni voz grave y dúctil, sino una suerte de gorgorito impostado y casi inhumano, de donde, por lo tanto, no deduce erotismo alguno, sino más bien una amenaza con no sé qué de mecánico. Insisto en que estas consideraciones no tienen nada que ver con la calidad artística de Shakira, que evidentemente queda a salvo, sino que se ciñen a los ojos con que uno mira las cosas que pasan por ahí. El planeta de la subjetividad es infinito, y pocas cosas hay más subjetivas que la valoración del erotismo. Basta echar un vistazo a la historia del cine y sus grandes bellezas para comprobarlo. Pues bien: eso pasa con Shakira. Esta muchacha es uno de esos mojones que uno va encontrando en el camino para señalarle, melancólico, el tiempo que va quedando atrás.

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