Diario de León

Pereira hizo saber «el tremendo dolor de cabeza» que se le levantaba «ante tanta sabiduría»

Gamoneda: «La belleza no existe si no la acompañan las personas»

Brillante debate de poetas y músicos en la quinta jornada del villafranquino Curso de Composición

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Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Pocas veces música y poesía han estado tan en consonancia como ayer en el Teatro Villafranquino, donde cuatro compositores (Halffter, Aracil, López y Marco) y cuatro poetas (Mestre, Pereira, Gamoneda y Marset) aunaron opiniones para asegurar a los 29 compositores y público en general que llenaba el teatro que música y poesía podían, como siempre han hecho, unir sus creaciones para conseguir que el arte dulcifique y mitigue de alguna manera la violencia del hombre. Además de los seminarios celebrados en la mañana de la que fue la quinta jornada del 26º Curso de Composición de Villafranca, las ponencias de la tarde fueron las que concitaron la mayor atención del alumnado y del público, con una mesa redonda en la que participaron cuatro poetas: los leoneses Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre y Antonio Pereira (éstos dos últimos, «jugando en casa») y el manchego Juan Carlos Marset. Comenzó Pereira con su tono distendido y jovial, hablando de una melodía. Una melodía que escuchó cuando se despertó en la mañana de San Juan. Y que no era música en sí sino el famoso romance del Conde Arnaldos, «quien hubiera tal ventura¿», que le trajo el recuerdo de su juventud poética. «Mi poesía -señaló Pereira- ha estado desde siempre deudora de la música, desde aquella ferretería familiar en la que el sonido lo señoreaba todo. El paso de los años me ha permitido ver mi obra con la perspectiva necesaria como para reafirmarme en que mi poesía cada vez está mas imbricada con el sonido». Luego se refirió a la música escuchada en Villafranca y en otros lugares, donde las campanas fueron las protagonistas indiscutibles. Leyó a continuación un poema dedicado a Cristóbal Halffter titulado «músico» como justificación de esa deuda que Antonio ha tenido desde siempre con la música. Terminó diciendo que admiraba por igual al redoblante de tambor que al chelista más genial, al director más puntilloso que al clarinetista más riguroso, porque añadió: «todos ellos me han proporcionado las mejores horas de placer de mi larga existencia». Tomó seguidamente la palabra el poeta Juan Carlos Mestre para convertir la tarde en poesía. Su ágil y culto verbo, unido a un brillante rigor expositivo, hizo las delicias del respetable, que aplaudió en una de las más cerradas ovaciones de la noche (la otra fue para el maestro Halffter). Comenzó Mestre con una declaración de principios que sin duda pusieron el dedo en la llaga diciendo que el músico «es quizá el más modesto de los animales, pero también el más orgulloso. Él es quien inventó el arte sublime de estropear la poesía». Aserto que provocó la hilaridad tensa del público y el gesto retorcido de los músicos que de esta manera se veían enfrentados a una realidad no del todo exenta de verdad pero con doble lectura. Fue Mestre mucho más allá al tratar de socializar la música comparándola con otras entelequias menos asequibles a los allí presentes pero ahítas de un sabor agridulce de verdad. Una verdad que sin duda no es fácil de digerir por lo que tiene de «subversiva», como diría luego Gamoneda refiriéndose a la poesía del berciano. Habló Mestre «de un diálogo con el tiempo original, del que adquirimos conciencia de realidad y ofrecemos algún grado intelectual ante el fracaso de la utopía humanista, pero hablamos también del hombre débil predilecto por la verdad que habita esas zonas de silencio que vinculan a Mallarmé con John Keats y la música pobre de Cioran con la cultura de la pobreza de Antonio Gamoneda». Terminó su hermosa exposición con una reflexión sobre la música de Wagner de la que dijo odiar porque fue germen del nazismo. La historia del verso Marset, por su parte, hizo una brillante disertación sobre la ética y la estética de la poesía y la música, y Gamoneda recorrió con pausado verbo el origen del verso y su evolución en los poemas épicos y las jarchas para concluir en un precioso ejercicio de sincretismo que aunó con clarividencia y conocimiento la unión, «si no perfecta sí soportable, entre poesía y música». Seguidamente hubo una mesa redonda a la que se unieron los compositores, en la que Cristóbal Halffter, como director del curso, moderó. Comenzó respondiendo Cristóbal a Mestre con un símil evangélico en el que parafraseó el chiste sobre las enseñanzas de Jesús, al que después de una parábola los discípulos le dijeron: maestro, me gusta por lo bien que te expresas», a lo que añadió: «Pero no me he enterado de nada de lo que has querido decir». Defendió Halffter la música de Wagner en una exposición clarividente y contundente que fue premiada con otra extensa ovación. Sin embargo, intentó sin éxito rebatir la idea de miseria con el «bienestar cultural» del que gozamos, que Mestre atajó diciendo que hoy acababa de comenzar otra guerra: «Los hambrientos continúan muriendo, y sólo los que viven en una utópica realidad pueden defender ese estado de bienestar». Marco reflexionó con su siempre maravilloso discurso sobre el origen de la música y su relación con la poesía para parafrasear a Satie diciendo que la mayor prueba de la existencia de Dios era Juan Sebastián Bach. Gamoneda, por su parte, fue contundente al responderle a Halffter que la belleza «no salva al mundo» y que por mucha belleza que exista en determinadas culturas o ideas radicales siempre estará por encima lo execrable de ese comportamiento. La mesa concluyó con unas simpáticas palabras de Pereira, quien dijo que se le estaba levantando «un tremendo dolor de cabeza ante tanta sabiduría, por lo que debía darse por concluída la sesión», como así se hizo. «El músico es quien inventó el arte sublime de estropear la poesía» JUAN CARLOS MESTRE «La prueba de que Dios existe es Juan Sebastián Bach» TOMÁS MARCO «La cultura no detiene las guerras pero hace más soportable las miserias humanas» CRISTÓBAL HALFFTER

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