EL INVENTO DEL MALIGNO
Oreos
SI HAY ALGÚN acontecimiento en el circo mediático que pueda competir con la reciente extravagancia de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, esas son las convenciones de los partidos americanos para lanzar sus candidatos a la presidencia del país más poderoso de la Tierra. Solo la televisión sirve de hilo narrativo para poder desentrañar la maraña política que esconden la fiesta de globos y los discursos de brillante retórica. El correoso debate político es suplantado por la vistosa pompa y circunstancia que acapara horas y horas de televisión para que el votante conozca por fin al candidato tal como él quiere presentarse: poderoso y brillante, y con el perfil diseñado por los propagandistas a sueldo. Los demócratas querían hacer este año historia, seleccionando bien a la primera mujer bien al primer negro (¿cuándo la primera mujer negra?) para la Casa Blanca. Tamaña novedad requería un fuerte respaldo popular y para visualizarlo se recurrió por vez primera a un gigantesco estadio al aire libre como escenario de la convención. Denver ha alojado la mayor entre las siempre mastodónticas convenciones, que antes recurrían a campos de basket o salas multiusos siempre cubiertas. Con Obama se ha lanzado la casa por la ventana, incluidos fuegos artificiales, para que todos vean que no es un candidato de minorías y que su juventud no empaña su poderío. Con cuarenta millones de audiencia, se ha colgado el share de oro superando a las Olimpiadas. En la jerga americana se llama oreos a aquellos negros que se comportan como blancos fuera del patrón de la comunidad afroamericana. Negros por fuera, blancos por dentro como la galletas que ofrecen un sandwich de nata y chocolate. La nata de Obama se llama Joe Biden, con blanco Delaware por dentro y hasta pelo canoso por fuera, con más horas de vuelo y hasta un currículum más liberal que el de su joven compañero de senado y ahora de ticket demócrata. Pero más que su calidad política quizá importe su imagen madura y su color de piel. En este juego de póker por parejas en que se convierte la recta final de la campaña, no se sabe nunca si el compañero de viaje al 1600 de la avenida Pensilvania se elije por valía y compensación política o como reclamo publicitario para las apariciones televisivas. Cuando empezó hace ya casi un año la larga marcha americana, todos preveían una mujer demócrata al mando. Desterrada Hillary Clinton, ha sido McCain el que ha subido la apuesta colocando a su lado a una dama. Una joven y ultra para compensar la oferta de los republicanos. La política, ya se sabe, hace extraños compañeros de cama y nos trae sorpresas en el juego de las parejas. Será que pesa más la telegenia que la ideología, o será que la ideología viene desde hace tiempo determinada por quien da bien a través del tubo catódico. ¿Votaremos al candidato o a la galleta?