Cerrar
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

Creado:

Actualizado:

HAY QUE TENER muy mala entraña para hacer algo como lo que hizo La Noria de Telecinco este sábado. Me refiero, evidentemente, a la invitación a Violeta Santander, novia del tipo que atacó al profesor Neira, para que contara «su verdad», como dijo Jordi González abusando del relativista tropo. Si usted es el único español que ignora lo sucedido, se lo cuento: un señor -el profesor Neira- ve que un tipo maltrata a una mujer y media en el episodio, increpa al agresor y se marcha; acto seguido, el agresor se lanza por la espalda contra el profesor y le da una paliza; de resultas de la agresión, el profesor lleva semanas al borde de la muerte. Versión de la «presunta maltratada», Violeta: es que Neira no tenía que meterse donde no le llamaban. O sea que la culpa, implícitamente, es de Neira. Y esta fue la historia que esa señorita vendió en La Noria , soliviantando a Pilar Rahola, María Antonia Iglesias, y Pepe Calabuch, allí presentes. A la gente, incluidos los contertulios profesionales del programa, pareció indignarle mucho la actitud de esa señorita Violeta. Y sí, era objetivamente indignante que la víctima de una agresión compareciera en público para exculpar al agresor, cargar la culpa contra el agredido y poner la verdad cabeza abajo. Para colmo, el discurso de la señorita abundaba en ese torpe repertorio retórico impuesto por los políticos españoles, con expresiones del tipo «yo soy una mujer muy democrática». ¿Cómo no indignarse? Pero en el festival de indignaciones tendía a olvidarse lo fundamental, a saber: que si esa señorita estaba allí, delante de la cámara, diciendo aquellas barbaridades, era porque un programa de televisión le había pagado para que lo hiciera; porque ese espectáculo estaba concebido de antemano para que fuera necesariamente así de sórdido, al dar vía libre a esa señorita para que contara su propia historia. Esa señorita está metida en un jaleo demencial que se ventila en los tribunales y donde ella, naturalmente, ha de cubrir sus propios intereses. En tal tesitura, era imposible que dijera algo distinto a lo que dijo, a saber, una vergonzosa retorsión de la verdad. Y puede -debe- entenderse que ella actúe así, pero, ¿quién tiene derecho a vaciar semejante bolsa de basura sobre la opinión pública? Nadie. Salvo que uno considere que un programa de televisión, desde la cumbre de su sacrosanto privilegio a hacer lo que le venga en gana, tiene bula para ofrecer -previo suculento pago, claro está- un testimonio que es en sí mismo un atentado contra cualquier concepto elemental de la verdad y aun de la idea de bien. A fin de cuentas, la mayor culpa no está en quien ejecuta algo malo, sino en quien lo financia. Todo lo demás es hipocresía.

Cargando contenidos...