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| Entrevista | Juan Pedro Aparicio |

«Para los ingleses, León es uno de los mil sitios que ver antes de morir»

«Menos palabras y más ejemplo», recomienda a sus paisanos este autor que acaba de publicar «El juego del diábolo» y que asesora al Ayuntamiento en el evento León 2010

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E. Gancedo - león
León

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Es la segunda parte de aquel La mitad del diablo donde los relatos empezaban holgados e iban comprimiéndose, comprimiéndose, hasta acabar con uno, titulado Luis XIV que simplemente rezaba así: «Yo» (probablemente el más pequeño microcuento del que se tiene noticia). Ahora llega con El juego del diábolo , nuevo salto mortal donde lo que está implícito tiene aún más potencia narrativa que lo que se dice. -¿Los refranes, máximas, aforismos, moralejas, proverbios... con sus chispazos de sentido y de ingenio, no son también literatura cuántica, de alguna manera? -Pueden ser literatura cuántica pero no narrativa cuántica. La narrativa requiere de una historia y toda historia requiere de movimiento, de acción, que suceda algo por muy leve que sea. -Recientemente se ha descubierto en Irak el «chiste» más antiguo conocido, una tablilla mesopotámica miles de años anterior a Cristo. Es muy breve y habla de un hombre, una mujer y un pedo. ¿Estamos ante el primer microcuento? -Es una pregunta para pedólogos, y yo no conozco ninguno así que siento no poder ayudarle. -En este libro, al revés que en el anterior, se va de menos a más cantidad de texto; ¿es una forma de engarzar con el anterior, o tiene otra explicación? -Son libros complementarios, se publican con un intervalo de dos años, pero nacieron juntos o casi. Tambien podían haberse publicado juntos, formando un sólo libro. El proceso de escritura de estos relatos, al menos en mi experiencia, requiere un tiempo de invención, con anotaciones en forma de borrador, y luego el de escritura y rescritura hasta encontrarles la forma que a uno le parece más adecuada, teniendo en cuenta todo eso que el género exige, es decir elipsis, lo que no se dice pero que está implicito, y algún sentido del humor, por muy tremenda que sea la historia. El juego del diábolo está quizá algo más elaborado que el anterior porque su texto me ha acompañado durante mi estancia en Inglaterra, lo que me ha permitido repasarlo una y otra vez, de ahí que lo haya fechado en Londres. -Cada día se le ocurren varios, se pone a trabajar y los «extrae», se los cuentan... ¿de dónde vienen estos nanocuentos? -No, no digo que cada día se me ocurran varios. Ahora por ejemplo no se me ocurre ninguno. Se me ocurrieron en su día mientras me propuse hacer una libro así o dos libros así, mejor dicho, dos libros complementarios unidos por su parte más estrecha, o sea por el cuento más corto de cada uno de elllos. Un día se me ocurría uno, otro tres, otro siete. Naturalmente no todas las ocurrencias pasaron la prueba de una cierta reflexión y quedaron arrumbadas para siempre. ¿De dónde vienen? Pues no sé, es como si la voluntad de hacer el libro excitara la imaginación. Supongo que vienen de las lecturas que uno ha hecho, de determinadas experiencias personales... A veces pienso que este libro El juego del diábolo y el anterior son acaso los más personales, en el sentido de que reflejan con más proximididad mis referencias culturales a la largo de toda una vida y en esas referencias hay contenidas un buen montón de emociones derivadas no sólo de la experiencia vital, el colegio, los amigos, las ausencias irreparables, el franquismo, sino también aquellas otras que se originan en las lecturas o en el cine o en el arte. -El filandón que protagoniza con Mateo y Merino lleva camino de convertirse en un espectáculo conocido en todo el mundo... -Lo llamamos filandón pero no lo es exactamente, pues nosotros leemos nuestros propios cuentos mientras que en aquellas veladas se contaban historias que pertenecían al acervo popular. Es decir, lo nuestro es una lectura de unos textos de los que nosotros somos los autores. No son textos necesariamente populares, sino más bien heterogéneos, en los que cabe todo, desde la pasión amorosa a la ciencia ficción, pasando por la fantasía y el humor. Eso sí, tratamos de subrayar la narratividad de las historias, algo que está implicito en la narración oral, a la que por excelencia pertenece el filandón. Y no pretendemos ser embajadores de León, faltaría más. Por otra parte a León se le conoce más de lo que se piensa. Hay por aquí, me refiero a Londres, un libro que recomienda los 1.000 lugares que hay que conocer antes de morir, ese es también su título, y de las poquisimas páginas que dedica a España, no más de diez, al menos un par de ellas están dedicadas a León. ¡Y eso que no dice nada de San Isidoro! De todos nuestros filandones tenemos muy buenos recuerdos, pero acaso el más inolvidable sea el de Cartagena de Indias, en Colombia, cuando un teatro lleno puesto en pie aplaudía y gritaba «¡bravo!» Nos pilló de sorpresa pues de ninguna manera lo esperábamos. Luego en Bath, Inglaterra, con un público teoricamente más frío, tuvimos igualmente una acogida tan entusiasta que no dejó de emocionarnos cuando al día siguiente alguno de los oyentes nos paró por la calle para darnos las gracias. -¿En qué nuevos proyectos trabaja ahora? -Varias cosas: una novela, otro libro de relatos... -Quiero que nos dé un consejo a los leoneses. -No soy tan osado... Menos palabras y más ejemplo, suelen decir los buenos educadores. Pues eso.