Gran Hermano
TELECINCO ha estrenado la décima edición de Gran hermano. ¿Por qué lo ha hecho? ¿Qué terribles pecados habremos cometido para que nos sigan flagelando con este espectáculo atroz, esta dolorosa puesta en escena de lo más bajo, vulgar y memo que hay en la España de nuestro tiempo? ¿Realmente merecemos tales castigos? Es verdad que no hemos contraído méritos, colectivamente hablando, que justifiquen un trato especialmente delicado: somos una sociedad bastante burra, con cifras de escándalo en materia de fracaso escolar, con índices realmente sorprendentes de consumo de drogas, con un adocenamiento creciente en las modas y los comportamientos, tan borreguil como áspera Pero, incluso reconociendo estos defectos, lo de Gran hermano ya es demasiado. Nuestra miserable condición autorizaría, no sé, a inundarnos la pantalla con famosos de medio pelo, magacines de cotilleo desaforado y cosas así, o sea, lo que hay; seguramente no merecemos otra cosa. Pero diez ediciones de Gran hermano , eso ya es un exceso de celo punitivo por parte de nuestra televisión. Creo que nadie que no haya delinquido gravemente merece tanta saña. Como el capitán de barco velero que administraba antaño viriles latigazos en las espaldas de los refractarios, uno tiene que saber dónde parar; no se puede llevar al reo hasta el límite de lo insoportable, porque uno se expone a quedarse sin reo, o sea, a que palme. Es lo mismo que pasa con los castigos a los niños: a partir de un cierto grado, la justicia deja paso a la injusticia y entonces la sanción no sólo deja de ser eficaz, sino que se hace contraproducente porque estimula mayores rebeldías. Nuestra pantalla, sin embargo, es de una insensibilidad granítica. Como en aquellos tebeos de Mortadelo y Filemón, donde los agentes de la TIA torturaban a sus cautivos poniéndoles miles de veces El carro de Manolo Escobar hasta que perdieran la razón, así Telecinco nos humilla con incesantes ediciones de Gran hermano . Después, ciertamente, uno ve los índices de audiencia de esta décima edición de Gran hermano y constata que no sólo no menguan, sino que aumentan. De donde podemos deducir, con honda tristeza, con desconsuelo rayano en la desesperación, que efectivamente no merecemos otra cosa: que somos dignos de recibir ya no diez ediciones de Gran hermano -caso único en el mundo mundial-, sino hasta cien, porque la sociedad española, o al menos buena parte de ella, es ya una sociedad granhermanizada, mercedesmilizada, un amasijo bruto de carne televidente que se deja asar a fuego lento mientras el maestro asador le susurra las palabras «experimento sociológico». Diez. Ya van diez. Y las que vendrán. Por nuestros pecados.