| Reportaje | Vergonzoso olvido |
Salvar el «Roncesvalles leonés»
La basílica de Arbas está siendo objeto de una acción de urgencia para evitar el deterioro al que parecía abocada: de momento recibe 217.000 euros para reparaciones estructurales
Cerca de la cima del puerto de Pajares, atendiendo a la peregrinación del paso más escabroso en la vía que unía San Salvador de Oviedo con León, se levantó el monasterio de Arbas, del que pervive su hermosa basílica románica, que en estos días está recibiendo atenciones de emergencia para evitar su ruina. Si un viajero hubiese entrado es este bello templo de tres naves en los días lluviosos del pasado mes de mayo, se hubiera encontrado con chorros de agua cayendo por las paredes y lagunas en el suelo... La estructura permanecía con escasas revisiones desde que el arquitecto Luis Menéndez Pidal -año 1968- hizo una restauración a fondo para salvar al edificio de la ruina total. Los años, las inclemencias, hicieron su labor destructora. Por si fuera poco, la empresa a la que hace año y medio se encargó reparar el exterior del templo suspendió la tarea después de que sus operarios pusieran andamios y se movieran sobre el tejado, agravando el lastimoso estado de la cubierta. El edificio tiene historia y leyenda. Ésta atribuye al mismo Pelayo la fundación del centro religioso, que creció en los siglos XI, XII y XIII al amparo de los reyes leoneses, quienes lo usaron como hospedaje de paso hacia Oviedo y lo engrandecieron para que atendiese a los peregrinos que viajaban por estos difíciles pasos montañosos. En el ventisquero cubierto de nieves se mantuvieron abiertos hasta dos hospitales para atender a los peregrinos, a los que, en los días de invierno más crudo, se les orientaba con el tañido de las campanas y se les ofrecía calor y alimento. Buena parte de los montes que le rodean pertenecían al monasterio; el propio Alfonso IX le dio, además, tierras en Mayorga de Campos y su entorno, así como en Toro, destinadas a proveer al establecimiento religioso de abundante pan y vino. Durante la Edad Moderna la abadía fue perdiendo importancia hasta trocarse en una simple parroquia dependiente de la de Busdongo. La salvación del templo llegó con la vinculación del mismo a San Isidoro de León en 1968, año en el que Luis Menéndez Pidal, sobrino del famoso lingüista, hizo una importante tarea, remediando su ruina. En el sepulcro del arquitecto, en la propia Colegiata de Arbas, un epitafio ruega a la divinidad: «Salva a su alma de la perdición, como él salvó a esta iglesia de la ruina». El templo, de tres naves, no tiene crucero y dispone de tres capillas. La central, unida a la nave con un excelente arco toral, es un ámbito de excelente factura, en el que el románico deja paso al gótico primitivo. En realidad, este edificio es la última obra notable del románico leonés. Destaca en toda la basílica su sobriedad, atenuada por la bella decoración geométrica, que brilla en sus capiteles y en el magnífico portal de mediodía. En la puerta del oeste, más humilde, el viajero se sorprende al contemplar las cabezas de un toro y un oso, esculturas rodeadas de leyenda. En los días en que se hacía el templo, un monje partió con un carro a buscar piedra, pero un oso mató a uno de los animales de la yunta. Entonces, el monje -milagrosamente- unció bajo el mismo yugo al oso y al buey que quedaba vivo, para continuar con el trasiego de la piedra. Y la yunta funcionó, según dice la leyenda. Arbas tuvo vida. Hubo por allí una fábrica de cemento (Tudela Veguín) y minas. Funcionó allí el gran edificio del economato... y la casa de alterne. Hoy sólo queda una magnífica iglesia y edificaciones vacías. La casa rectoral, aneja a la iglesia, está desierta; en el resto del pueblo únicamente reside una anciana.