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| Crítica | Música |

Escalofrío en la Catedral

Carlos Mena y la Sinfónica de Galicia, con Sánchez Verdú, convirtieron en música la poesía de Gamoneda

Sánchez Verdú charlando con Gamoneda antes del concierto

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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«Yo no soy nada. Como un violín que si nadie lo toca no emite sonidos. Mi poesía está ahí callada, la música es la que ahora tiene protagonismo y la da vida. Sánchez Verdú ha hecho una soberbia composición sobre el Libro del frío, impactante». Con estas modestas palabras nos respondía el pasado viernes el poeta y Premio Cervantes Antonio Gamoneda a nuestra pregunta sobre el concierto que la Orquesta Sinfónica de Galicia, con el contratenor Carlos Mena, el organista Oscar Candendo, y el compositor y director algecireño José Mª Sánchez Verdú, acababan de ofrecer en la Catedral con el estreno de la obra de propio Verdú el Libro del frío sobre el texto homónimo de Gamoneda, encargo de Festival de Órgano. Una de las experiencias más sorprendentes de cuantas hemos tenido oportunidad de escuchar y presenciar en estos 25 años de Festival. Si la Lesson du ténèbres, de Couperin. con las que se inició el programa. fueron por si mismas un ejercicio de sobriedad, de puesta en escena, de afinación y sobre todo de coordinación, con una voz tan especial y hermosa como la del contratenor Carlos Mena, al que ya hemos escuchado en nuestra Catedral en otras dos ocasiones, siempre con un altísimo nivel de calidad, más impactante y espectacular fue la obra estreno de Sánchez Verdú, que no jugó precisamente con las concesiones y permitió a los oyentes participar, como privilegiados diletantes, de una de las composiciones más personales y sugestivas de Verdú, un autor que en cada nuevo trabajo busca efectos timbricos y sonoridades y que, como en esta, implican sentimientos que van trascendiendo al ser humano, partiendo desde un territorio imaginario para enfrentarse con los elementos físicos como el frío, o los consustanciales al hombre como el miedo, la piedad y el amor, hasta alcanzar el descanso eterno que puede ser muerte blanca o principio de la serenidad. Para ello Verdú se ha servido de la luz, la voz, el órgano, de los elementos de la orquesta, especialmente la percusión y el viento para, colocándolos en los cuatro puntos cardinales del templo, producir esos efectos cuadrafónicos que tanto protagonismo tuvieron a lo largo de la obra. Peo todo ello no hubiera tenido ni la fuerza ni el impacto suficientes de no haber contado con el soporte de la voz, cuidada, transparente, afinada y hermosa del contratemos Carlos Mena, quien confirió a este trabajo compositivo una ineluctabilidad aplastante con su voz cristalina, de una vocalidad a flor de labio, dicción nítida y un sentido del equilibrio clarividente, unidos a una excelente técnica en la que el fiato y la proyección del sonido corrió con brío y seguridad por las naves catedralicias, siempre demasiado reverberantes para este tipo de música. Magnífica la Orquesta Sinfónica de Galicia con una coordinación milimétrica, en todas sus secciones así como el órgano de Oscar Candendo, que se ocupó con esmero y rigor de las partes más delicadas de ambas obras. Verdú, marcó y midió más que dirigió, pero lo suficiente para hacer de su estupenda obra un sobrecogedor entramado de sonoridades, llena de hallazgos tímbricos y estrucurales.