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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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IMAGINEMOS que camina usted por la vía pública, patea una piedra y, de resultas, rompe un escaparate. Sin duda el área se llenará de curiosos y más de uno le reprobará a usted su imprudencia. Si es usted una persona normal, sacará del lance una conclusión irrefragable: cuando camina uno por la vía pública, no es bueno ir pegando patadas a las piedras; por lo que pueda pasar. Ahora bien, la tele funciona con una lógica exactamente inversa: ante un suceso como el de usted, su piedra y su escaparate, la tele pensará que hay que fomentarle a usted esas tendencias; porque a la tele no le importa el escaparate, ni la piedra ni la pierna de usted, ya no digamos el juicio moral sobre la patada, sino que única y exclusivamente le interesa la cantidad de gente que se ha acumulado para curiosear en el estropicio. El pasado sábado por la noche Jordi González nos rompía otra vez el escaparate (moral) de nuestras pantallas con una nueva patada de Violeta Santander, la-novia-del-tipo-que-golpeó-a-Neira. En la lógica televisiva, nada más normal: en Telecinco ya han visto que ese escaparate, al romperse, convoca a una cantidad extraordinaria de gente, de manera que es muy natural que sigan prodigando pedradas. Cambia un poco, es verdad, el tono del escenario: ahora las pedradas ya no se dirigen propiamente contra la decencia, esa cosa tan antigua, sino que más bien toman por objeto la cabeza de la propia Violeta Santander. Pero al margen de eso, que no deja de ser un detalle circunstancial sin importancia, el fondo del asunto no cambia. Sobre la protagonista: piedad distante. Esta mujer no merece otra cosa que compasión. Es el típico caso de persona con poco fuste interior que se ha visto metida en una tragedia imprevista y, una vez en ella, no ha sabido más que cometer un error detrás de otro, quizá llevada de su soberbia, de su ignorancia o ambas cosas a la vez. Y sobre el programa: asco profundo. Yo no sé qué pretende la factoría de La Noria alargando de esta manera la efímera fama televisiva de Violeta Santander. No creo que se trate simplemente de sumar tres o cuatro semanas con buenas cuotas de pantalla. Algo me dice que los protervos cerebros de la tele se han propuesto algo de más largo alcance: construir una estrella, aunque sea para destinarla al ring cruel de los juguetes rotos. Pasará el tiempo, ya verá usted, y volveremos a ver a esa señorita, ya definitivamente náufraga de sí misma, navegando a la deriva en la televisión. Mientras tanto, los cristales rotos habrán alcanzado las dimensiones del Taj-Mahal y no faltará quien siga lanzando pedradas, a ver si la gente sigue acudiendo a ver los estragos. Cuando ya no acuda nadie, el espectáculo terminará. Entonces la tele buscará otro transeúnte, otra pedrada, otro cristal.