EL INVENTO DEL MALIGNO
Patanes
NINGÚN ESPECTADOR ignora que el anticlericalismo forma parte del aire de los tiempos en la pantalla española. Un anticlericalismo singular, muy acre, de tipo decimonónico, que suena a charanga y huele a hoguera. Casi todos los canales tienen algún programa especialmente dado a estos excesos; son frecuentes en Telecinco y Cuatro, y superabundantes en La Sexta. Y fue en La Sexta donde la otra noche, dentro de Caiga quien caiga , los chicos de negro procedieron a una inmisericorde caricatura de Ayuda a la Iglesia Necesitada, caricatura donde lo más amable que dijeron es que necesitar, lo que se dice necesitar, lo que la Iglesia necesita es un cerebro nuevo. Los ataques a la Iglesia y a los cristianos en Caiga quien caiga no son cosa inusual; tampoco es que inquieten mucho: al fin y al cabo, todos sabemos ya dónde está cada cual. Ahora bien, este caso concreto es un perfecto ejemplo de estupidez, y por eso merece comentario. Ayuda a la Iglesia Necesitada se dedica a algo que tiene bastante poco que ver con las risas de Caiga quien caiga . Su ocupación esencial consiste en socorrer a los cristianos en lugares donde están especialmente perseguidos. En China, donde hace pocos años moría en presidio un obispo tras largos años de cautiverio bajo el régimen comunista. En la India, donde fundamentalistas hindúes, tolerados por el poder, roban, violan, matan y queman a los cristianos. En Irak, donde los fundamentalistas islámicos ejecutan periódicas matanzas de cristianos, hasta el extremo de que suman varios cientos de miles los iraquíes de confesión cristiana obligados a abandonar su país en los últimos años. Ahí es donde actúa Ayuda a la Iglesia Necesitada; lo hace, por cierto, sin colaboración de ningún poder internacional y con un presupuesto abismalmente inferior al de La Sexta. Es posible que los chicos de Caiga quien caiga no sepan nada de todo esto: quizá sólo conozcan lo que pasa en el mundo a través de los informativos de La Sexta, que suelen silenciar ese tipo de asuntos. Pero la ignorancia, en ciertas cosas, no es eximente, sino agravante. Y cuando estamos hablando de gente que muere y de alguien que intenta salvar vidas, entonces el gracioso debería sin duda tentarse la ropa. En aras de la convivencia, todos hemos asumido hace tiempo que el patán debe vivir junto a nosotros; sigue molestando que orine en el jardín, pero lo toleramos porque los servicios públicos se ocupan de limpiarlo. Ahora bien, cuando el patán orina no sobre el jardín, sino sobre vidas y muertes, entonces deja de ser tal para convertirse en algo menos tolerable: directamente, un canalla. Y parafraseando al célebre abuelo de Majaelrrayo: «¿Y Milikito que piensa de esto?».