Cerrar
Publicado por
JUAN JOSÉ ESPARZA
León

Creado:

Actualizado:

INFORME Semanal no emitió finalmente el esperado reportaje que pudiera explicarnos por qué el Gobierno español no ha sido invitado a la cumbre financiera internacional, después de que este mismo programa nos dijera que Zapatero estaba liderando la solución mundial a la crisis. Lástima. En vez de eso, nos ofreció un reportaje sobre la eutanasia. ¿Eutanasia? Bueno, más precisamente: «suicidio asistido». Lo que pasa es que «suicidio asistido», en rigor lógico, es una fórmula brumosa porque nadie asiste a un suicida sin convertirse en un poquito homicida; por eso tantos juristas tienden a rehuir esa denominación. El reportaje contaba la historia de un hombre aquejado por una de esas terribles parálisis progresivas que van estrangulándote hasta acabar contigo. En la fase final de la enfermedad, el protagonista de la historia no pedía sino que alguien pusiera fin a esa muerte lenta con una muerte rápida. El problema, como se sabe, es que en España no es posible dar matarile a quien lo pida; es posible, sí, administrar cuidados paliativos que suavizan y, por lo general, aceleran el trance final de una vida que se agota, pero no agotarla por decisión administrativa. En esa zona de sombra se internaba el reportaje. El trabajo de Informe semanal era ¿Cómo decir ? Digamos «sensiblemente orientado», por utilizar una fórmula moderada. El tono general era inequívocamente partidario de la administración de muerte clínica a voluntad (en principio, a voluntad del paciente). Por el camino, se introducían los suficientes elementos de cebo para que el espectador interpretara tal tipo de muerte como sinónimo de eutanasia, y todo ello se mezclaba con la cuestión de los cuidados paliativos, generando así una confusión conceptual bastante indecente. Para cubrirse las espaldas, el reportaje incorporaba un par de testimonios contrarios a la eutanasia: Iglesia y colegios médicos. Pero esos testimonios apenas alteraban la melodía principal, que era la reivindicación implícita del «suicidio asistido» a partir de la experiencia personal, explicada con pelos y señales, del protagonista y su penosa enfermedad. Si alguien nos presentara un reportaje condenatorio de la eutanasia a partir del ejemplo de un enfermo capaz de aguantar el dolor hasta más allá de lo heroico, sin duda diríamos que ese reportaje es simplista. Creo que al trabajo de Informe semanal se le puede hacer el reproche simétrico: es simplista y, entre otras cosas, ignora la cuestión fundamental de todo este debate, a saber: ¿Puede el legislador arrogarse el derecho -o concedérselo a un tercero- de privar a una persona de un derecho fundamental, es decir, la vida, sin abrir así un camino de consecuencias imprevisibles? Esa, y no el dolor, es la cuestión.