Moratinos no desvela el coste de la obra, porque «el arte no tiene precio»
Barceló convierte la cúpula de la ONU en la Capilla Sixtina del XXI
Ha empleado 35.000 kilos de pintura para cubrir de «oleajes» la sede de Ginebra
Se siente complacido cuando le dicen que acaba de pintar la «Capilla Sixtina del siglo XXI, pero al mismo tiempo rechaza la comparación por el «respeto» y «devoción» que le profesa a Miguel Ángel. «Me abruma que me comparen con él». Miquel Barceló ha necesitado doce empleados, varias máquinas hidráulicas, unas cuantas mangueras y 35.000 kilos de pintura para cubrir la cúpula elipsoidal de la sala XX del Palacio de las Naciones de Ginebra, una impresionante obra -1.300 metros cuadrados- que será inaugura el día 18 por los Reyes, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el secretario general de la ONU, Ban-Ki-moon. La gigantesca cúpula, recuerda, a bote pronto, unas cuevas naturales de estalactitas, pero a diferencia de estos reductos monocromos, la cúpula de Barceló restalla de color y energía. «Es una metáfora del mundo», explicó el artista mallorquín, quien presentó los resultados en el Palacio de Viana, acompañado por el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, quien no quiso desvelar el coste de la cúpula, porque «el arte no tiene precio»m aunque ha precisado que el 40% lo aporta el Estado y el resto, empresas privadas. «Por un lado tenemos el oleaje del mar, un oleaje que tiene múltiples puntos de vista; pero al mismo tiempo hay espacios donde se respira la calma». A Barceló le atraía pintar «un mundo agitado e imprevisible que gravitase sobre las cabezas de los allí reunidos». Pero no ha sido fácil la tarea. Comenzó a trabajarla en septiembre pasado. «Las primeras semanas fueron una tortura», comentó rotundo. «En los primeros ensayos se caía el material del techo, no quedaba como queríamos, además había pensado un proyecto para una cúpula de unos 600 metros cuadrados, no de 1.300 Aquí el equivocado fui yo». A base de tantear colores, mezclas y texturas, Barceló fue poblando el techo de unas formas que «desafían la fuerza de la gravedad» y que sitúan al espectador «dentro de una cueva con cielos un poco atormentados, como los de los cuadros barrocos». «¿El azar? ¿Cuánto ha influido el azar? Mucho», admitió. «Pero el azar hay que saber reconocerlo; y, una vez reconocido, hay que asumirlo».