Carrillo
ESTA GENTE de La Noria nunca dejará de sorprendernos. La otra noche nos anunciaron el retorno de Roldán. ¡Roldán! ¡La cabeza de turco de la corrupción felipista, en televisión! Cuando estamos viviendo bochornosos episodios de corrupción y despilfarro en Cataluña, Galicia, Baleares y Andalucía, van y nos resucitan a Roldán. ¿Será para conjurar cualquier nostalgia? No creo, porque, para nostalgias, las del invitado estrella de esa misma noche: Santiago Carrillo, que iba allí a hablar de su libro. Carrillo ha gozado hasta ahora de un estatuto singular. Nadie ignora que es el principal responsable de las matanzas de Paracuellos en 1936 (una culpa que no se puede negar, aunque se pueda ocultar), pero eso había sido dejado de lado -como otras muchas cosas de aquella guerra- en nombre de la reconciliación. Y por encima de la vieja mancha negra del pasado, en Carrillo se subrayó su indudable servicio al proyecto democrático común cuando, en 1977, aceptó el statu quo de la transición, lo cual permitió la legalización del PCE. Para unos, fue un sacrificio del viejo comunista en provecho de la paz colectiva; para otros, fue lo único que Carrillo podía hacer si quería seguir pintando algo, porque con la dictadura del proletariado y la revolución de «masas» no se habría comido una rosca. Sea una cosa o la otra, el valor del gesto es incuestionable. Ahora bien, ese estatuto singular de Carrillo ha variado sustancialmente en los últimos años a raíz de las iniciativas gubernamentales sobre la «memoria histórica», que han vuelto a potenciar la imagen del personaje como líder comunista de la II República. En este nuevo contexto, la pregunta decisiva no era más que una: ¿quién dio la orden de ejecutar las matanzas de Paracuellos? Nadie se la hizo en La Noria ; al menos, hasta las doce y media pasadas, que es cuando este escriba, agotado, decidió marcharse a dormir. Es verdad que La Noria hizo una especie de amago al recuperar aquellas imágenes de hace un par de años en las que Carrillo era increpado como «asesino» en un acto público. Era el momento de preguntar: «Y bien, ¿qué pasó?». Pero no hubo opción, porque mi amigo Verstrynge, que estaba allí presente, intervino veloz para expresar su consternación por el hundimiento del bloque soviético y plantear a «don Santiago», como machaconamente le llamaban los entrevistadores, si acaso no estaríamos viendo hoy el hundimiento de la hegemonía americana. El primer sorprendido fue el propio Carrillo, que salió por peteneras aunque, eso sí, con señorío. Y con el mismo señorío reclamó una y otra vez que se hablara de su libro, hasta que Massiel -otra de las intelectuales presentes- reconoció que no lo había leído. Pero qué esperpento¿ 1397124194