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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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EL SÁBADO reincidía La Noria en Violeta Santander, la-novia-del-tipo-que-sacudió-a-Neira. La «percha» que justificaba la reincidencia era la aparición de un vídeo procedente de la cámara de seguridad del hotel de autos; en la imagen se veía con claridad el forcejeo de Violeta con su novio (o lo que fuera, que yo ya me he perdido). Jordi González, maligno, pidió al público que recibiera a la chica como mejor le pareciera. La bronca fue de las que hacen época. Un capítulo más para esta sórdida historia, en fin. La mera existencia televisiva de Violeta Santander es una de esas señales que delatan inequívocamente hasta dónde llega la podredumbre de nuestra pantalla. Y quede claro que la culpable del hedor no es la protagonista, sino la tele; más precisamente: la tele es la única protagonista de este asunto, incluso cuando adopta la forma de Violeta, como un espíritu maligno que adquiriera figura humana. A esa señorita le ha tocado vivir una circunstancia trágica. Seguramente nunca en su vida pensó que pudiera ocurrirle algo así. Una vez metida en el vértigo, Violeta Santander ha actuado muy mal. ¿Se le puede reprochar? Sí, pero no demasiado: ninguno de nosotros podemos saber de antemano qué haríamos ante una calamidad imprevisible. El género humano tiende por naturaleza al error; eso es algo que está en la misma esencia del libre albedrío. Al que se equivoca hay que corregirle, pero en un caso así no es justo extremar la condena moral. Ahora bien, cuando uno actúa mal no por un error personal, sino con plena conciencia y por cálculo de beneficio, entonces toda censura es poca. Y ahí reside la diferencia entre la culpa de Violeta y la de La Noria. Porque esa señorita es una persona que por las razones que sea -inestabilidad psicológica, poca formación, vanidad; vaya usted a saber- ha escogido un camino funesto, pero lo que la tele está haciendo es aprovechar ese error para engordar la caja de los beneficios, es decir, estimular la culpa ajena (objetivamente, un mal) y aumentarla hasta la náusea. Los juristas distinguen entre la culpa, que siempre presenta una dimensión involuntaria en las consecuencias de la acción, y el dolo, donde existe una patente intención de hacer daño. Lo de Violeta es culpa; lo de la tele es dolo. Mañana o dentro de un año, Violeta Santander habrá engrosado, sin duda alguna, el amplio número de los «juguetes rotos» de la fama televisiva; mucho me temo que si volvemos a saber algo de ella, será en un contexto poco grato. La tele, por el contrario, recordará el episodio como uno de sus grandes éxitos, y no faltarán hipócritas dispuestos a defender que con semejante cosa se prestó un servicio a la opinión pública. Culpa. Dolo.