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Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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SE MIRE como se mire, es un acontecimiento: por primera vez una cadena de televisión ha construido un relato (un telefilme, concretamente) sobre la muerte de Francisco Franco y la restauración de la Corona en la persona del sucesor que él designó, Juan Carlos de Borbón, que es el episodio más importante de la segunda mitad del siglo XX. Eso es lo que ha hecho Antena 3 con 20-N: los últimos días de Franco , dirigida por Roberto Bodegas y estrenada el pasado jueves con notable éxito de público. Este asunto lo hemos visto mil veces en documentales y reportajes, y también como contexto histórico de relatos más o menos logrados, pero no había hasta ahora ninguna producción audiovisual de ficción centrada en el tránsito de 1975, con intérpretes que reconstruyeran a los principales personajes -Franco, el Rey, etc.- y una trama argumental que pretendiera atenerse a la realidad de los hechos. Por eso es un acontecimiento y por eso merece comentario detallado. Empecemos por el protagonista: Franco. La interpretación de Manuel Alexandre ha sido muy elogiada; fue muy elogiada incluso antes de que nadie la viera, cosa que está al alcance de muy pocos actores. Si uno mira atrás, descubre con estupor que, treinta y tres años después de 1975, nadie ha tenido que interpretar el papel de Franco en clave dramática, porque nadie ha osado nunca llevarlo a la escena; hemos tenido interpretaciones cómicas, y algunas muy buenas (por ejemplo, la de Pepe Soriano en Espérame en el cielo , de Mercero), pero ninguna «en serio». Esta de Alexandre tiene algún toque de afectación cómica -más por el guión que por el actor- que no beneficia al trabajo, pero lo fundamental en ella es la interpretación de la enfermedad y de la muerte: el Franco de Alexandre no es un dictador, un hombre de Estado, apenas ya un militar, sino esencialmente un anciano de ochenta y dos años cuyo cuerpo ha empezado a fallar masivamente y que asiste resignado a su propio final. Puede discutirse si 20-N no carga demasiado la mano en determinados momentos de dolor, en las reacciones desesperadas del enfermo. Yo creo que sí, que al guión se le va la mano. Creo también que eso forma parte del discurso subyacente del relato, que ofrece la tortura final del Caudillo a modo de venganza donde sus enemigos pueden encontrar una suerte de turbia satisfacción. Pero, en lo fundamental, el ejercicio me parece bastante aceptable, también cuando muestra las dudas de los médicos ante lo que empezaba a ser un «encarnizamiento terapéutico». Lo que ya resulta un poco más discutible es la contraposición escénica entre el protagonista central, que es Franco, y el otro gran protagonista de la historia, que es el Rey. Pero de eso hablaremos mañana.