| Crónica | Doce siglos de amparo |
Los custodios del tesoro del templo
Desde su creación en el siglo IX, los archiveros han sido los arcángeles de los pergaminos, códices e incunables de la Catedral
El archivo de la Catedral de León nace en algún momento del año 860. Es decir, podría decirse que el auge de la ciudad como sede del poder real y la fundación de este «museo» fueron parejos. De hecho, fue el rey Ordoño II el que donó al obispo Frunimio varios libros litúrgicos. Este germen regio obtuvo su mejor relevo gracias al artífice de la Catedral. Fue el obispo Pelayo el que, según escribe Manuel Pérez Recio en el artículo La memoria de León , «la dotó con muchos libros y reparó los que encontró rotos y disperos cuyo número es infinito». La capitalidad imperial que se forjó alrededor de León convirtió su catedral en el núcleo de la diplomática, lo que explica el gran número de documentos regios que se reúnen en la Pulchra. Si hoy en día los investigadores pueden conocer muchos de los secretos de la historia de España, si podemos recuperar las escenas que los artistas vidrieros idearon para narrar la narración sagrada, admirar los frescos del claustro realizados por Torbado en 1939, o si tenemos la capacidad de averiguar cómo se ha ido esbozando el diseño de la ciudad de los últimos diez siglos, es gracias a la labor de custodia del Cabildo. Buena prueba es el Libro del Tumbo , el documento en el que se copiaron los testamentos, privilegios y donaciones de los siglos X, XI y XII, o los denominados Becerros. Gracias a ellos se conocen las parroquias y advocaciones de León. Pero es que además, y contrariamente a lo que se cree, los requisitos para que los legajos catedralicios salieran de la protección brindada por la Iglesia eran más que duros. Los responsables del extravío de documentos podían ser condenados a penas canónicas, y en la mayoría de los casos ninguna salida se autorizaba sin que el solicitante dejara «en prenda» un depósito monetario. El celo ha sido tan encomiable que los hurtos son casi anecdóticos y en ningún caso han sido responsabilidad de los guardianes del archivo. Un caso flagrante es el de el Gran Misal Leonés. Este códice, guarecido en una de las cajas fuertes, ha sido amputado por falsos investigadores que cercenaron algunas de sus páginas e iniciales miniadas. Y en pleno siglo XXI, con doce siglos a sus espaldas, sigue aún con vigor para seguir creciendo. Buena prueba es el trabajo realizado a través del proyecto El Sueño de la Luz , gracias al cual se continúa investigando, compilando y reuniendo documentación que será imprescindible dentro de otros mil años.