Diario de León

EL INVENTO DEL MALIGNO | JOSÉ JAVIER ESPARZA

Silla

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JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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TELECINCO estrenaba el viernes noche un programa de debate: La séptima silla , que producen la propia cadena y Boomerang. Confieso que, cuando lo ví anunciado, pensé lo peor: «Otra Noria, pero con ínfulas». El prejuicio fue injusto: La séptima silla es un programa presentable, está concebido con seriedad y puede ser un espacio muy interesante, útil y constructivo si logra sobreponerse a los vicios habituales de los talk-show .

Estos programas siempre tienen un problema de fondo: lo significativas o, alternativamente, lo insignificantes que resulten las aportaciones de los discutidores de plantilla. No se trata del respeto que puedan merecer las opiniones ajenas (ya se sabe que éstas merecen todo el respeto del mundo y, en una sociedad como la nuestra, incluso religiosa veneración), sino de lo útiles que puedan ser para el espectador. Esta última cualidad es la que hace que un señor o señora pueda opinar ahí, en la silla oficial, y usted no pueda hacerlo. Porque al opinador de la silla se le presupone que formulará sus juicios tras una lectura correcta y bien informada de la realidad, lectura que le habrá suscitado una interpretación racional y aceptablemente articulada desde el punto de vista lógico, la cual se expresará en ideas inteligibles y comunicadas de manera que el espectador las pueda entender. Esto es lo que distingue a un programa de debate de un gallinero-show. La séptima silla cumple razonablemente este requisito: no es posible presuponer a todos los invitados un conocimiento adecuado de la realidad, pero, en todo caso, parece evidente que se esfuerzan por decir cosas sensatas. Eso incluye también a los ciudadanos que opinan en el programa fuera de debate, a modo de «voz del común». Ahora bien, cumplido ese requisito es preciso atender otro no menos importante: que los discutidores puedan expresarse sin que sus exposiciones queden interrumpidas por algún prójimo. Y aquí es donde La séptima silla , como la mayoría de los programas de este corte, tiende al naufragio, porque siempre hay alguien que no deja al cofrade terminar frase alguna. Ese «alguien», que en La Noria es María Antonia Iglesias, en La séptima silla es Celia Villalobos, a la que sinceramente deseamos, por el bien del programa, que se lo haya llevado calentito y que ya no vuelva hasta dentro de unos meses, a ver si así nos enteramos de lo que piensan los demás invitados. Parte de la culpa corresponde a la conductora, Sandra Barneda, que debería ejercer más autoridad. En todo caso, la cosa promete. Tanto promete que el público, en este estreno, desertó en masa: su cuota de pantalla se redujo a un 7%.

Nadie dude que un programa soez e impresentable habría superado el 15%. Maldición de la tele.

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