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Por el momento están realizados en cera Crémer, Pereira, Gamoneda, Merino y García Yebra

Amancio González lleva al bronce a los mejores escritores leoneses

Forma parte de un gran proyecto que incluye un libro con imágenes y textos manuscritos

Publicado por
E. Gancedo
León

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Los grandes escritores leoneses vigilan a Amancio González desde sus peanas provisionales con ojos de barro y cera. El taller entero del escultor está custodiado por las augustas efigies de algunos de los autores de esta tierra que mejores momentos nos han hecho pasar. El creador de La Vieja Negrilla está dando los últimos retoques, antes de enviarlo a la fundición, al busto de Victoriano Crémer, el más veterano y el más sorprendente de los escritores y los periodistas leoneses y seguramente españoles, quien a sus 102 años sigue contando la vida que pasa en la columna Crémer contra Crémer de este periódico.

Frente a él, un Antonio Gamoneda partido por la mitad, como en permanente contradicción consigo mismo, pero que no es ninguna veleidad artística, sino tan sólo el molde, el vestigio del sistema de la cera perdida que emplea el creador de Villahibiera. Con un color encarnado como la sangre, como la pasión por escribir, por denunciar y por dejar constancia de que, en una ocasión, en un instante fugaz, existió un hombre que vivió, sufrió, lloró y reflexionó sobre el hecho mismo de ser consciente.

«Mira éste, ¿le conoces?». Entre ensayos, materiales, espátulas y cinceles se oculta Valentín García Yebra, el erudito berciano, portando su sombrero con el donaire y la dignidad del sabio. Esboza una sonrisa cómplice el catedrático de Griego y miembro de la RAE, el ensayista, articulista y traductor del griego, del latín, del alemán, del francés, del italiano y del portugués. Es la viva imagen del autodominio y el conocimiento. En otro rincón, elevado, y además con el gesto de quien mira siempre hacia adelante y de frente, hacia las cosas buenas que están por venir, el gran Antonio Pereira permanece inmóvil, como esperando la llegada de alguien con el que dialogar y con el que compartir deliciosas historias de amores que aparecen tras el último recodo del camino. Por último, en una estantería, el más joven de todos ellos, un barbado José María Merino, contador y académico, maestro de los microcosmos, espera su turno para, también él, pasar de la maleable cera al inmortal bronce.

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