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| Retablo leonés | «...labrado de rica obra» |

Una joya leonesa en Madrid

El Cabildo de San Isidoro cedió en 1870 al Museo Arqueológico Nacional uno de los más preciados tesoros del rey Fernando I y de su esposa Sancha

Publicado por
Enrique Alonso Pérez
León

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Siempre es reconfortante dar una vuelta por nuestros más emblemáticos monumentos y evocar, a través de ellos, las distintas peripecias por las que ha pasado la historia leonesa. Fuimos a la Colegiata de San Isidoro y visitamos el Panteón de Reyes en la que fue primeramente Capilla de Santa Catalina, nominación que fue perdiendo al pasar a ser depositaria de los restos mortales de la realeza leonesa. Y el epitafio que reza sobre la tumba de Fernando I nos sugirió este Retablo.

Dice así: «Aquí está enterrado Fernando el Magno, rey de toda España, hijo de Sancho, rey de los Pririneos y de Tolosa. Éste trasladó a León los cuerpos de los Santos Isidoro, arzobispo, desde Sevilla; Vicente, mártir, desde Ávila, e hizo de piedra esta iglesia, que en otro tiempo fue de tierra. Éste, peleando, hizo tributarios suyos a todos los sarracenos de España. Tomó a Coimbra, Lamego, Viseo y otras ciudades. Éste tomo por fuerza los reinos de García y Bermudo. Murió el sexto día de las calendas de enero. Era MCIII (año 1065)» -”por supuesto, todo ello en latín-”.

Picados de la curiosidad, y para ofrecer a nuestros lectores un detallado relato de la relación que tuvieron aquellos reyes con la iglesia de San Juan Bautista -”más tarde de San Isidoro-”, recurrimos a la obra del R.P.M. Fray Joseph Manzano titulada Vida y portentosos milagros del glorioso San Isidoro, arzobispo de Sevilla , editada en Salamanca en el año 1732, que en su capítulo 46 dice: «Don Fernando y Doña Sancha, al mismo tiempo que trasladaron al templo de San Juan Bautista, por ellos edificado, los venerables huesos del santísimo doctor de las Españas, enriquecieron a aquel lugar, que era el centro de su amor, con preseas y alhajas de tanta estimación y precio que, aunque hoy no se conservan en su integridad, por los expolios sacrílegos de la guerra, es justo que de las más principales hagamos en esta Historia un puntual recuerdo.»

Para ello, el padre Manzano transcribe parte del Decreto que los propios reyes dictaron en su día: «En el nombre de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es trino en unidad y uno en deidad, Nosotros, pequeños e indignos siervos de Cristo, Fernando, rey, y Sancha reina, ofrecemos a la iglesia de San Juan Bautista y a San Isidoro los ornamentos de altares, que son: un frontal de oro purísimo con piedras preciosas, labrado de rica obra; otros dos frontales de plata para los demás altares; tres coronas de oro, la una con tres alfas al derredor y con acates pendientes de ella, la otra con ametistes, con olovitrio, dorada; y la tercera es la corona de oro de mi cabeza. Una arquilla de cristal; una cruz de oro sembrada de piedras preciosas; un crucifijo de marfil; dos incensarios de oro; otro incensario grande de plata; un cáliz y patena de plata esmaltado; una estola de brocado; un arca de marfil, labrada de oro, y otras dos de marfil labradas de plata; tres frontales labrados para los altares; dos mantos de brocado, casullas con dalmáticas de lo mismo, y un servicio de mesa».

«De todo aquello -”sigue diciendo el padre Manzano-” pocas prendas se reservan en aquella Real Casa, saqueada y robada por los sacrílegos, pero sí se conserva la cruz de marfil, sin guarnición alguna, aún con señas de haberla tenido. Es casi de una vara de alto; y la común tradición asienta que el invictísimo Fernando la llevaba en las batallas contra los infieles... Guárdase como singularísima prenda en el relicario del convento, y en el pie tiene grabada la siguiente inscripción: «Ferdinandus, rex; Sancia, regina»

Esta cruz es procesional, de forma latina, con los brazos y cabecera ensanchados por sus extremos. Presenta ambas caras cuajadas de figuras y ornatos grabados y de relieve. En el anverso pende la imagen de Jesús crucificado.

Su altura es de 52 centímetros, lo largo de la trasversa 34,5 cm., su grueso, un centímetro, su anchura, en lo general, siete centímetros. La imagen crucificada mide, desde la cabeza hasta los pies, 30 y medio, y 25 de extremidad a extremidad de ambas manos. Lujosa orla corre por las orillas de la cruz en ambas caras, dejando ancho campo en el centro a numerosas figuras simbólicas, siendo, no obstante, más estrecha y menos ornamentada en el reverso.

La imagen de Cristo crucificado es desproporcionada en sus formas. En su cabeza, apenas inclinada, y sin señales de padecimiento, se retuerce el pelo como si fuesen cordones, y se rizan las dos puntas del bigote. Los ojos, abiertos y excesivamente grandes, llaman la atención por sus enormes pupilas de azabache. Los pies, separados, manifiestan grabadas sus llagas, como también arroyitos de sangre, pero sin fijarse en la cruz con clavos.

Sobre la enunciada imagen, la inscripción, sin cartel, se reparte en tres renglones, de este modo: «IHE NAZA/ RENVS REX/ IVDEORUM» (INRI).

El Cabildo de la Real Colegiata de San Isidoro de León, en el año de 1870, por acuerdo consignado en acta que se guarda en el archivo del gobierno de la provincia -”según recoge el eminente historiador y arqueólogo Manuel de Assas y de Ereño, en 1871-” cedió, junto con otros objetos, este importante crucifijo de marfil al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, en el cual se halla convenientemente colocado sobre rica peana de cristal de roca.