OPINIÓN | FÉLIX MADERO
Pijoaparte en el Congreso
HAY en el último Premio Cervantes una dignidad que me inquieta y ahoga. Sobre todo ayer, al ver su cara y su frialdad ante el reencuentro con el éxito falso y mentiroso. Yo era una criatura cuando, entre siesta y siesta en La Mancha toledana, alguien me puso delante Últimas tardes con Teresa . Lo leí, volví a hacerlo y entonces Marsé me abrió un mundo de paisajes y desencuentros que aún dura. O sea, la vida. O sea, la verdad.
Lo que observo en Marsé es un estilo que nos debe hacer pensar que hay en España suficientes ejemplos para dignificar nuestra forma de relacionarnos y amparar nuestro desahogos y diferencias en la verdad de una vida.
Pensar en Marsé y leer el periódico de hoy resulta decepcionante. Lo es porque en el papel cada día hay menos verdades. Una cosa es la verdad y otra la actualidad. Nunca coinciden. La ficción resulta disparatada cuando las cosas nos van bien, y muy certera ahora que podemos encontrarnos a un vecino hurgando en un cubo de basura. Por eso, cuando oigo a Zapatero y a Rajoy contarse historias previsibles y de juguete ante millones de parados pienso en Marsé. Marsé o la verdad. O la dignidad. O el compromiso. O la política. O la sensatez. Por Dios, magistrados, diputados, sindicalistas, periodistas, y público en general, léanlo. Ya no compramos el Quijote a plazos, pero hemos de saber que un tipo que lo leyó con 16 años, descastado y guapo, llamado Pijoaparte, manda y ordena una república verdadera y libre.