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opinión | josé carlos gonzález boixo | PATRONO DE LA FUNDACIÓN ANTONIO PEREIRA

En memoria de Pereira

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León

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ME LLAMARON por teléfono, mediodía del sábado, para darme la triste noticia de la muerte de Antonio Pereira. Nada, aparentemente, lo presagiaba. La semana pasada se encontraba muy satisfecho después de visitar las excelentes instalaciones que, en el edificio de la Biblioteca de la Universidad, albergarán la Fundación que lleva su nombre. Recuerdo que cuando nos despedimos le dije: «La Universidad ha tenido suerte contigo, pero tú también has tenido suerte con la Universidad». Asintió. Me refería a su gran legado de escritor que forma ya parte de la Fundación Antonio Pereira, institución adscrita a la Universidad de León que, por su parte, ha puesto todo su empeño en su desarrollo. El último paso había sido la elección del lugar en que tendrá sus instalaciones, un tema que le preocupaba mucho a Antonio Pereira y que, felizmente, acababa de solucionarse. No dudó en visitar diversas estancias de la Biblioteca, acompañado de Santiago Asenjo -"su director-", cuyas explicaciones seguía complacido, y estuvo hablador, en una larga reunión, donde desgranó sus iniciativas para la Fundación. Lamento que no pueda ya asistir a la inauguración de las salas de la Fundación, algo que tanta ilusión le hacía, aunque afortunadamente sí vio el inicio de las actividades programadas para este año.

Me han unido a Antonio Pereira largos años de amistad -"compartida con su esposa Úrsula-". Quiero dedicarle un pequeño homenaje, un fragmento de un texto inédito que leí en el último filandón que se celebró en noviembre pasado en la Facultad de Educación. Fue un acto dedicado a su trayectoria como escritor. El texto se refiere al cuento que da nombre al último libro de narrativa que publicó, La divisa de la torre , uno de sus mejores cuentos, que bien puede considerarse su testamento literario si atendemos a la sutil filosofía de la vida que transita por sus páginas:

«Osar morir da la vida» rezaba la divisa de la torre del palacio de Fefiñans. No me cabe duda de que la leyenda está inscrita en dicha torre y que, como es habitual en Pereira, se inspiró en ella para escribir tan bello cuento.

El azar tuvo a bien mostrarme el 16 de noviembre de 2008 una versión de la divisa. Me encontraba hojeando unas voluminosas Actas de un Congreso en el que había participado y, más la amistad que la curiosidad, me llevó a detenerme en la ponencia de una antigua compañera de Departamento en la Universidad Complutense que hoy ejerce en la universidad argentina de Salta. Al abrir la página correspondiente, la vista, de manera natural, quedó fija en unos versos que rompían la compacta unidad de la prosa. No voy a decir que sentí un escalofrío cuando los leí, pero sí una inquisitiva sorpresa. Porque aquellos versos resultaban ser una versión ampliada de la famosa divisa. Y explicaba mi docta amiga, Leonor Fleming, que pertenecían al cancionero tradicional del noroeste argentino, dichos y glosados por los gauchos de Anta, región agreste de la provincia de Salta:

Ay, muerte, tan atrevida

que no te vea venir

porque el placer de morir

no me torne a dar la vida

Mencionaba también Leonor que esta copla de tradición oral aparecía en el Quijote, aunque no daba más datos. En otro tiempo hubiera resultado difícil, cuanto menos tedioso, encontrar la cita en la obra de Cervantes. Mi curiosidad podía saciarse sin embargo, fácilmente, acudiendo a Internet. Fue escribir uno de los versos y, al instante, apareció el texto con sus indicaciones pertinentes: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 2ª parte, capítulo XXXVII. Los versos eran casi idénticos:

Ven, muerte, tan escondida

que no te sienta venir,

porque el placer de morir

no me torne a dar la vida

La curiosidad me llevó también a preguntar a Google qué sabía de la divisa «Osar morir da la vida». Y descubrí entonces que con dicha frase había titulado Juan de Zabaleta, célebre por sus retratos costumbristas de la vida madrileña del siglo XVII, una comedia escrita hacia 1650. Y descubrí también que la divisa figuraba en el escudo de los Gondomar, descendientes de Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.

Detuve la búsqueda ante el incipiente temor a terminar enredado entre la maraña de datos que tanto necesitamos los que escribimos artículos porque no sabemos escribir lo que, de verdad, nos hubiese gustado: poemas, novelas, cuentos. Pero, durante unos momentos, seguí pensando en la enigmática divisa, en la vigencia de su secular sabiduría que actualizaba siempre el original motivo renacentista de la fama caballeresca. Y admiré, una vez más, la sagacidad de Pereira al fijarse en la divisa, e intuí otros hilos conductores de su cuento, nuevas interpretaciones, estructuras complejas. Creo que no me quedará otro remedio, ya que no sé escribir cuentos, que redactar un nuevo artículo sobre Pereira.

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