EL INVENTO DEL MALIGNO | JOSÉ JAVIER ESPARZA
Telefútbol
HUBO UN excelente partido de fútbol el sábado en La Sexta: Valencia-Real Madrid. Era excelente por los equipos, que son dos clásicos. Lo era también por su importancia específica: el Valencia se jugaba un puesto en la Champions y el Madrid tenía que demostrar si seguía vivo después del revolcón que le dio el Barça. Terminó siendo excelente, además, por su resultado, porque un 3-0 del Valencia al Madrid no se ve todos los días. Un buen menú, en fin. Pero al buen menú le faltó un buen camarero, porque el trabajo de los comentaristas de La Sexta fue de los que mueven a preguntarse si realmente hace falta que haya alguien en el micrófono. Uno escuchaba los comentarios de Montes y demás cofradía locutora y percibía una sensación extraña, como si el Madrid todavía estuviera jugando con el Barcelona. Cuando no hablaban del Barcelona, hablaban sólo del Real Madrid, como si el otro equipo no existiera.
Y cuando ese otro equipo -”el Valencia-” marcaba goles, hasta un total de tres, el comentario era siempre el mismo: lo bien que juega el trío Mata-Silva-Villa. Ciertamente, la Tierra no va a cambiar súbitamente de órbita por el hecho de que las retransmisiones futboleras de La Sexta sean un tostón. Tampoco las multitudes abandonarán masivamente la afición al fútbol, ni nuestros campos verán llover de abajo hacia arriba. O sea que la gravedad de la cosa es muy limitada y no cabe prever catástrofes irreversibles. Pero, hombre, puestos a dar partidos por la tele, al menos cuidemos un poco el envoltorio, ¿no? Un partido de fútbol en televisión necesita o bien pasión, o bien conocimiento y, si es posible, las dos cosas a la vez. Se supone que la pasión la han de poner los locutores y el conocimiento, los comentaristas «técnicos». Pero en el partido de la otra noche, el locutor -”o sea, Montes-” hizo lo de siempre, lo que lleva haciendo semana tras semana desde que empezó con este trabajo, que es repetir sin cesar los mismos chistes y las mismas frases hechas, que alguien debió de decirle algún día que era muy gracioso sin advertirle de que lo poco agrada y lo mucho cansa. Y en cuanto a los comentaristas «técnicos», con un aire más desdeñoso que doctoral, parecían más interesados en explicar el paisaje general de la Liga que en hablar del partido que tenían ante los ojos. Habrá quien diga que es mejor así: uno puede ver el fútbol, quitar el volumen y dedicarse a escuchar música, por ejemplo. No hay mal que por bien no venga.
Pero si este es el tipo de fútbol televisado por el que Roures piensa pedir un pastón cuando finalmente se haga con el pedazo más grande de la tarta, a lo mejor se encuentra con que el personal prefiere comerse el plato por la radio.