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EL INVENTO DEL MALIGNO | JOSÉ JAVIER ESPARZA

Eurorrisión

Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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PERDIMOS otra vez. Y este año, con marcas difíciles de superar.

La canción de TVE para el Festival de Eurovisión, La noche es para mí , cantada por Soraya, quedó en penúltimo lugar en la final de Moscú.

Ganó el noruego Alexander Rybak: un chico de cara infantil, con un aire a Johnny Deep y -lo que es más importante- con una canción estupenda, muy bien escrita (dicen que por él mismo), muy europea, con una puesta en escena prodigiosamente simple -”bailarines que oscilaban entre el folclore y el arte del saltimbanqui: la compañía folk Frikar-” y ese recurso del violín que, en manos de este muchacho, se movía como el de la maravillosa Mairead Nesbitt, la rubia de Celtic Woman.

Rybak no es noruego de origen: nació en Minsk, hoy Bielorrusia, pero sus padres se trasladaron a Noruega cuando él tenía cuatro años. Dirán que eso ha influido en ganarle el voto de los países eslavos, pero no creo que sea verdad: sólo habían votado tres países y ya se veía que su canción iba a ganar con diferencia. ¿Tan difícil es reconocer que la canción noruega era la mejor? Lo de la canción española fue otra cosa. Dejemos aparte el resultado, sencillamente catastrófico, y aceptemos que las votaciones vienen influidas por factores no muy artísticos; en este caso, por ejemplo, el desplante de TVE al no emitir la semifinal en directo, con el consiguiente cabreo de la organización.

Y vayamos a lo importante: ¿era objetivamente una buena canción? Soraya es una chica que promete mucho, tiene cualidades artísticas evidentes y, si no la tuercen, le espera una carrera satisfactoria; seguro que sí. Pero me pregunto si la imagen que transmitía esta pieza resultaba inteligible para el espectador común: una chica española, pero teñida de danesa, interpretando unos ritmos como turcos o así, pero compuestos por tres suecos llamados Jason Gill, Dimitri Stassos e Irini Michas. Al margen de que uno esté ya hasta el gorro de que nuestros talentos presenten lo español como una inextricable mezcla de Sáhara y Caribe, a mí el espectáculo de la cantante española me pareció insignificante, quizá por exceso de obviedad. Por supuesto: todo esto es discutible, y para gustos están los colores. Pero algo estará pasando aquí cuando lo que hace TVE nunca le gusta a nadie, ¿no? Para acabar de estropear la noche, la Primera emitió después un programa-condolencia donde Alaska, en el papel de plañidera mayor, dedicó un buen rato a explicar lo tristes que hemos de estar todos los españoles, porque esto ha sido una injusticia y «Soraya somos todos». Bueno, oiga, no: yo no soy Soraya; a mí me gustó más Rybak y su violín.

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