Diario de León

El invento del maligno | JOSÉ JAVIER ESPARZA

Tiananmen

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Estaba tan tonta la noche del sábado (y lo que no estaba tonto, estaba feo), que al final lo más notable resultó Informe semanal, donde al menos apareció algún asunto digno de ser mirado sin sentirse un memo. De toda la oferta del vetusto semanario de TVE-1, me quedo con un argumento: el vigésimo aniversario de la matanza de Tienanmen, aunque, si mal no recuerdo, la palabra matanza no se empleó ni una sola vez en el reportaje de TVE. Matanza, sí: hubo unos doscientos muertos y más de un millar de heridos, según nos contó la propia Rosa María Molló, corresponsal de la casa en la zona, que era la autora del trabajo. ¿Recuerda usted? Entre las conmociones de la perestroika (en chino se llamó gaigué) y el colapso de los regímenes comunistas, hubo en China una protesta estudiantil que el Gobierno de Pekín ahogó con carros de combate. El escenario más notorio de las protestas fue la plaza pequinesa de Tienanmen. Lo que hizo Rosa María Molló —y fue un buen trabajo, quede esto claro— consistió en acercarse a la gente que vivió aquello, recordar los sucesos y explicar su importancia; después acudió a los jóvenes de hoy en día, les enseñó las fotos del suceso y descubrió que nadie sabe nada, que a los universitarios chinos de esta hora se les ha ocultado qué pasó en la plaza de Tienanmen tal día como hoy, hace veinte años. Ahora bien, la periodista no hizo más sangre: se limitó a constatar los hechos y sanseacabó. Ni un reproche explícito al sistema chino, menos aún al Gobierno. Hará unos cuatro meses, TVE firmaba en el Palacio de la Moncloa un acuerdo de colaboración con la televisión pública china. El director de la casa, Javier Pons, proclamaba: «Este acuerdo histórico nos va a permitir intercambiar contenidos y experiencias con el principal operador del país emergente más relevante. Además de colaborar en el salto tecnológico que va a suponer la Alta Definición, el intercambio de noticias y programas va a profundizar en el conocimiento mutuo de los dos pueblos». Aquí, en este nicho, advertíamos sobre las eventuales consecuencias informativas de un acuerdo así con un país que sigue siendo una dictadura. El reportaje de Molló ha dicho muchas cosas que, a buen seguro, al gobierno chino no le habrán gustado nada, pero en su tono general asombra esa distancia, esa templanza, como si la China actual fuera radicalmente distinta de la de hace veinte años, como si las responsabilidades políticas hubieran desaparecido, tragadas por el tiempo y por la televisión. Pero no: en la China de hoy mandan los mismos —o los hijos de los mismos— que ordenaron disparar en Tienanmen. Los mismos que han decretado el silencio sobre lo que pasó en aquella plaza, hace veinte años ya.

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