Diario de León
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El invento del maligno josé javier esparza

T VE ya puede presumir del éxito de La Señora , ese dramón entre lo amoroso y lo social ambientado en la España de los años veinte. La Primera ha colocado este producto de Diagonal en el horario más difícil, la noche del lunes, donde reina CSI , y en tan inclemente nicho está logrando mantenerse en torno a los 3,5 millones de espectadores. ¿Lo merece? Sí, pero vamos a dejar una cosa clara: La Señora es un buen producto en lo técnico y en lo artístico, es decir, una pieza de calidad, pero eso no obsta para subrayar que como relato «de época» es bastante infiel. Por ejemplo, presentar al somatén como un grupo de «mercenarios» es una barbaridad. Da la impresión de que los guionistas, a la hora de pintar al somatén, se han inspirado en los cuerpos francos alemanes de 1919 -”que tampoco eran mercenarios-”, pero una cosa y otra no tienen nada que ver. Vale lo mismo para la pintura de la agitación social en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera: conviene recordar que el PSOE y la UGT aceptaron colaborar con la dictadura y que Largo Caballero fue «representante obrero» en el Consejo de Estado creado por el dictador. La Señora hace más hincapié en la agitación anarquista, lo cual es una evidencia histórica, pero ese asunto no puede presentarse sin recordar que «Los solidarios» (Durruti, García Oliver, Ascaso, etc,) hacían cosas como atracar el Banco de España, asesinar al arzobispo de Zaragoza y, después, exiliados en Chile, seguir atracando bancos allí. Quiero decir con esto que cualquier planteamiento maniqueo de la realidad social española de los años veinte es una falsificación, y La Señora incurre abundantemente en ese defecto. El artificio narrativo de convertir la casa del marqués en una suerte de microcosmos de España -”una España sitiada y aherrojada por la tiranía-” es tan legítimo como cualquier otro, pero es erróneo, porque el retrato no se ajusta a la España real. Recomiendo a este respecto la lectura del último libro de Ramón Tamames: «Ni Mussolini ni Franco. La dictadura de Primo de Rivera y su tiempo» (Planeta), que es una pintura bastante serena de aquel periodo histórico. Naturalmente, podrá objetarse que La Señora no es una serie documental, sino una historia de amor con pretexto de época, y que la ambientación histórica puede permitirse ciertas licencias. Es verdad. Pero es una lástima que, puestos a entrar en harina, la producción no se esmere un poquito más en cubrir adecuadamente también ese otro aspecto. De esta manera, una serie de ficción permitiría ofrecer un servicio complementario en materia cultural, lo cual nunca estará de más en una televisión pública. Un esfuerzo más, señoras y señores.

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