Diario de León
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El invento del maligno JOSE JAVIER ESPARZA

ALo más visto del viernes noche: DEC , el desolladero rosiamarillo de Antena 3. Su tema: Carmen Cervera, o más precisamente: la problemática paternidad del hijo mayor de la doña. Balance del programa: desolador. La maldición de Carmen Tita Cervera consiste en que su imagen, su fama, no depende de las cosas importantes que hace en el ámbito público, por relevantes que sean, sino del enjambre de estampas que rodean a su vida privada, sean o no ciertas todas ellas. Confieso que el caso de esta mujer me resulta especialmente cercano, y ello por una razón que no ocultaré: por circunstancias de la vida, durante unos años fui secretario del patronato de la Fundación Thyssen, lo cual me dio oportunidad de estudiar de cerca a la señora en cuestión. No intimé con ella, porque tampoco era mi pretensión -”ni la suya, evidentemente-”, pero trabajar con alguien durante unas cuantas horas al mes, aunque sea en las rutinarias reuniones de un patronato, es una buena forma de conocer a la gente. Mi impresión: Carmen Cervera es una señora que trabaja mucho, que vive apasionada por su obra y que tiene las ideas bastante claras sobre lo que quiere. Después uno podrá estar de acuerdo o no con esas ideas, pero nadie puede discutir que la obra de la doña es merecedora de respeto. Y ahora algún lector imprecavido podrá objetar: «¿Cómo que su obra? ¿Qué hace esa señora?». Este es precisamente el problema: ¿Cuántas de las personas que la otra noche mandaban mensajes a DEC han pisado el Museo Thyssen? Es más: ¿Cuántas de esas personas sabrán siquiera que esta señora lleva un Museo? ¿Cuántos sabrán que lo que hace relevante a Carmen Cervera no es quién pueda ser el padre de su hijo, sino esa institución que se cuenta entre los más importantes del mundo? En condiciones normales, uno debería ser conocido por lo que hace o dice públicamente y después, en su caso, por lo que otros dicen que uno hace en privado. Pero el perfil de nuestra tele ha conducido a que muchas cosas importantes del ámbito público se ignoren -”porque «no venden»-” y, por el contrario, se repitan hasta el infinito las cosas del ámbito privado, especialmente si tienen que ver con el área genital. Yo no negaré que la dimensión privada de una persona pública pueda ser objetivamente relevante y, por tanto, merezca la atención periodística. Pero si nos fijamos sólo en esa dimensión privada e ignoramos la pública, entonces estamos transmitiendo una imagen completamente falsificada de la realidad. Y la consecuencia no será sólo una profesión periodística envilecida, sino, lo que es peor, una opinión pública idiotizada. Parece que hemos apostado firmemente por ese camino.

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