Diario de León

El invento del maligno | José Javier Esparza

Mejide

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Hipótesis sobre el «caso Mejide». En realidad sólo hay dos posibilidades: a) La expulsión de Risto Mejide es un montaje más para tratar de enderezar unos índices de audiencia bastante mortecinos; b) La expulsión es un conflicto imprevisto, y obedece a los malos modos de Mejide. La opción «a» tiene numerosos partidarios, sobre todo entre los observadores críticos de la tele, que ya no pueden creerse nada. La opción «b» es la que defienden las cadenas, los protagonistas del lance y buena parte del público. ¿A quién creer? Veamos. Si «a», estaríamos ante una simple escenificación del conflicto como forma de ganar audiencia que ya ha pasado muchas otras veces, pero en este caso la aspereza ha llegado tan lejos que, si es ficción, resulta imposible deslindarla de la realidad. Y si «b», entonces estaríamos ante la justa reacción de la cadena frente, pero esta es una hipótesis muy poco verosímil, porque Mejidevive precisamente de esos excesos y, hasta ahora, nunca había pasado nada tan grave. ¿Acaso ahora el asunto ha llegado demasiado lejos? ¿Por qué ahora sí y antes no? La respuesta es muy políticamente incorrecta: lo único que diferencia al presente rifirrafe de los anteriores es el eje argumental del provocador. ¿Y cuál es ese eje? La denominada «homofobia». Como la naturaleza de los comentarios de Mejide ha sido no sólo «homófoba», sino, en cualquier caso, de un gusto simplemente intolerable. Ahora bien, de nuevo sobre esto hay que hacer una precisión: el mal gusto de Mejide es ya un elemento del paisaje cotidiano, y tampoco hasta hoy había inquietado a Telecinco, de modo que volvemos a la «homofobia» como causa del delito. Dicho en otros términos: a Risto Mejide se le habría consentido cualquier barbaridad contra las oenegés, contra sus majestades, contra los tribunales, contra los empleados de banca, contra los ingenieros de caminos o contra los curas, pero no contra el denominado «colectivo gay». Entre los partidarios de Risto ha surgido la convicción de que su héroe es víctima de la tiranía de lo políticamente correcto. Bueno, pues no: este señor es víctima, simplemente, del personaje que él mismo se ha creado.

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