Diario de León
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El invento del maligno Javier martín-domínguez

Como cada verano, el género de la «road movie», la película de carretera, se reescribe con tintes de drama de altura, con tomas arriesgadas y monumental éxito de espectadores gracias al Tour. No hay que ser un amante del deporte para sucumbir al atractivo de este espectáculo televisivo. El Tour es una historia para los interesados en las grandes emociones, y el que se acaba de terminar también pasará a los anales. Le viene bien el título de Stanley Donen, Dos en la carretera , con guión del sabio Frederic Raphael, que también escribió el testamento de Kubrick Eyes Wide shut . Ha sido una lucha de titanes entre el viejo galán Lance Armstrong y la fulgurante estrella Alberto Contador. Las tretas del primero aprovechando un abanico las desmontó el segundo con el brío y la audacia de la juventud. La batalla paralela se desarrollaba en los pasillos del hotel. Lo reveló Contador cuando acababa la carrera. «Ha habido dos tours». El que vimos desde la butaca, y la tragedia que se mascaba entre dos hombres del mismo equipo en busca de vellocino de oro amarillo. Otros dos en la carretera eran los hermanos Schleck, contrapunto del drama, que pusieron sal y pimienta adicional. En la escapada clave, las cámaras del Tour hasta captaron la negociación entre Contador y los hermanos ante el enemigo común americano. Como captaron caídas dramáticas, cambios de ritmo en el pedaleo y brotes de sudor. Lo ven todo, lo enseñan todo en esta misión imposible de retratar la serpiente multicolor a través de los campos de Francia. Es la más compleja retransmisión del año televisivo, que siempre marca un hito técnico, y que sobre todo se apoya en un guión de ensueño. Este año parecía una de vaqueros con Contador pistola en mano y el viejo tejano clamando por ser sheriff de nuevo. Este Tour quizá tenga, copiando a George Roy Hill, un título mejor: Dos hombres y un destino .

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