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Publicado por
BOQUERINI
León

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No hay nada peor que ver como la gente se ríe de algo que a uno le parece que no tiene maldita la gracia. Siempre asalta la duda de si es que nos hemos perdido algo o es que nuestra inteligencia es algo cortita. Viene esto a cuento porque las parillas televisivas están llenas de gente que se ríe, unas en directo, presentes en el plató donde se desarrolla un programa, otras simplemente enlatadas. La otra noche, viendo Con un par de bromas había risas por un tubo. Unas enlatadas, formando parte del guión de los «sketchs», otras a cargo del público presente en las ocurrencias de Javier Capitán. Y el caso es que el programa tiene bastante poca gracia. Parece que los guionistas, dudando de las gracias de sus bromas, necesitasen apoyarlas con estas risas que no se sabe de dónde salen. Una especie de autoafirmación en medio de la mediocridad. ¿Ustedes se imaginan si Billy Wilder al hacer esa cumbre de la comedia que es Con faldas y a lo loco , hubiese puesto risas enlatadas en los momentos que le hubiese parecido adecuado? Evidentemente si sus creadores hubiesen hecho esto, las películas perderian toda su gracia. Sin embargo no hay serie de humor que no tenga unas risas enlatadas que nos dicen cuando, según el criterio de sus responsables, tenemos que reírnos y cuando no. Hay días que, salvo en las pausas de los anuncios y en los telediarios, toda la parrilla es una algarabía continua: A un programa con público presente que se manifiesta siempre estruendosamente (hemos llegado a un nivel de degradación televisiva tal que parece que el programa que no incorpore a público en el plató es de segunda categoría), le sigue una serie con aplausos y risas enlatadas, manejadas desde el control de sonido dándoles mayor o menor intensidad. Dicen que esto es herencia de cuando en los albores de la televisión, sin existir aún los magnetoscopios lo suficientemente desarrollados, todo se hacía en directo, incluidas las series, con público presente. Y en Estados Unidos siguieron con la costumbre. Con el desarrollo de la televisión en España, cuando se suprimieron los doblajes puertorriqueños y se empezaron a doblar aquí las series, una exigencia de los televidentes fue que se suprimiesen las risas enlatadas. Pero con la llegada de las privadas y la degradación de los contenidos, volvieron las risas. Por supuesto hay excepciones, y conviene partir una lanza a favor de programas como Buenafuente o El intermedio , en los que el público en los platós es lo suficientemente inteligente para saber cuando toca reírse.