Diario de León

opinión | el invento del maligno

Cerditos

Publicado por
José javier esparza
León

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Los sujetos se adaptan bien al estado de cautividad, lo cual no excluye ocasionales brotes agresivos. En líneas generales, la satisfacción primaria del instinto sexual contribuye a paliar los efectos negativos de la cautividad hasta anularlos por entero. Los jóvenes machos exhiben su arrogancia y las hembras exteriorizan su estado de celo; ese pequeño reducto de libertad instintiva basta para neutralizar la resistencia a la domesticación. Sin carencias de alimentación, los sujetos entran en el régimen cautivo con dulzura; tardan muy poco en convertirse en perfectos animales domésticos. Esto que usted acaba de leer no es el guión de un documental sobre mascotas o de Pelopicopata , sino una descripción del paisaje en la actual edición de GH . El famoso experimento sociológico de Mercedes Milá ha terminado conduciendo a una atmósfera de zoológico. No deja de haber algo atractivo en ello. Todos los hombres, en todos los tiempos, hemos sentido alguna vez la tentación de volver a ser como animales salvajes: abandonar nuestras inhibiciones y dar rienda suelta al instinto depredador, a la aplicación estricta del principio de supervivencia. Basta leer las recurrentes añoranzas del -estado de naturaleza-: matar con la jovial despreocupación de un lobo, perseguir hembras sin la menor traba, robar los huevos del nido ajeno- Lo que pasa es que, una vez metidos en esa dinámica, y por fuerte que uno sea, inevitablemente nos encontraremos con que siempre habrá alguien más fuerte que nosotros: alguien que nos matará, forzará a nuestra pareja y nos robará. Por eso los seres humanos hemos inventado la civilización. Eso que se llama hominización consiste en alejarse lo más posible del estado de naturaleza, por nuestra propia conveniencia. Aún así, la nostalgia alienta secretamente en algún recóndito pliegue de nuestro cerebro: es la condición humana. Ahora bien, lo que es radicalmente nuevo, es que esa nostalgia secreta no apele al estado salvaje, sino al estatuto del animal doméstico, como los cerditos y las gallinitas: estar encerrado en una granja, mansamente expuesto a la visión ajena, y dedicar la vida a comer, aparearse, rodar en el barro y pelear de vez en cuando con los compañeros de encierro. Lo que Gran hermano lleva años proponiéndonos es ese retroceso degenerado, y lo que pasma no es que alguien lo proponga, sino que haya tanta gente dispuesta a vivir como cerditos en la cochiquera, y con tan manifiesta voluntad de adaptación. Es un rasgo característico de nuestro tiempo: no añoramos al lobo que una vez fuimos, sino al cerdito que desearíamos ser. Propongo rebautizar Gran Hermano : que se llame Gran Cerdito.

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