Diario de León
Publicado por
josé javier esparza
León

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El invento del maligno

V icente Botín es un veterano periodista que ha ejercido de corresponsal de TVE en Cuba durante cuatro años. Es un corresponsal «a la antigua», es decir, de esos que aún conceden tanta o más importancia al texto que a la imagen, y de los que ya van quedando muy pocos. La cuestión es que Botín ha publicado un libro, Los funerales de Castro, donde dice cosas muy interesantes. Y a efectos de este nicho, que es la cosa televisiva, me ha parecido especialmente relevante su confesión acerca de las limitaciones con las que trabaja un corresponsal en un país como Cuba. El corresponsal sabe que todos sus movimientos están siendo vigilados, incluso dentro de su casa. Sabe también que la policía conoce cuáles son sus fuentes, lo cual supone una presión terrible, porque no puedes dejar a tu informador «vendido» ante el poder.

Para contar la actualidad sin tener que mentir, el periodista tiene que echar mano de los típicos recursos «creativos»: frases con doble sentido, etc. ¿Y no es un cobarde el periodista que se somete a semejantes presiones? En realidad, no, porque la señal para poder emitir la concede el propio régimen, de manera que estás en sus manos: si un canal quiere tener corresponsal en Cuba, ya sabes que es con ese condicionamiento. Y por otro lado, ¿qué sería peor: contar una verdad más o menos dulcificada, pero que el espectador puede interpretar, o no contar nada en absoluto? El periodista siempre pensará que es mejor lo primero y peor lo segundo. En último extremo, siempre queda el recurso de salir del agujero, escribir un libro como este de Botín y contar ahí todo lo que el régimen quiere ocultar. Las páginas de Los funerales de Castro se alejan mucho de la visión de Cuba que nuestra tele nos ofrece: el-alegre-país-que-construye-la-democracia es mentira. Cuba -dice Botín- es una «aldea Potemkin», como aquellos decorados de cartón-piedra que el ministro Potemkin desplegaba en la campiña rusa cada vez que Catalina II salía a visitar sus dominios, para ocultarle la miseria de los campesinos.

Ni conciertos por la paz, ni bravo pueblo víctima del salvaje bloqueo capitalista: las páginas de ese libro, aunque narradas con la típica desenvoltura profesional del periodista viejo, están llenas de datos y cifras que le dejan a uno patidifuso. Vale la pena leerlo: con testimonios así, uno aprende a ver de otra manera la televisión.

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