Diario de León

La orquesta que llegó del frío

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Opinión | m. a. nepomuceno

Aunque la fama les precedía, sin embargo el directo superó lo que la crítica especializada había escrito sobre esta sensacional formación orquestal que el pasado domingo, festividad de Santa Cecilia, desembarcó en el Auditorio Ciudad de León y obtuvo un clamoroso y merecido éxito ante el numeroso público que abarrotaba el centro. La Filarmónica de Helsinki debutó en León por todo lo alto, con un programa denso, más de dos horas de música incandescente, y un solista fascinante Mihail Ovrutsky, quien se nos reveló como uno de los violinista más brillantes de la joven generación y un verdadero virtuoso que supo captar el auténtico espíritu de Elgar y plasmar uno de esos conciertos que dejan memoria imborrable en el oyente bien sea aficionado o profesional. Su concierto para violín del británico es una de las más grandes contribuciones a la historia de la interpretación de este maratónico concierto que tiene una extensión de casi una hora en sus tres movimientos y en la partitura original llevaba una inscripción en español que decía: «Aquí está encerrada el alma de .....» y que durante años ha sido un enigma a quien iba dirigida. Parece ser que a la hija de un amigo íntimo pinor llamada Alice Stuart-Wortley. Alguien comentó el día de sus estreno al compositor: «Tiene demasiadas notas para darlas todas», a lo que Elgar respondió: «¿Exactamente cuántas le sobran?».

Ya en el Allegro Ovrutsky, mostró sus bazas de consumado artista extrayendo sonoridades pocas veces escuchadas en esta exposición, antes de entrar en el apasionado Andante lleno de melancolía, con un clima ahíto de reminiscencias románticas.

El allegro molto del final que inició la orquesta con arrebatadora intensidad fue un derroche de fantasía virtuosística por parte del solista que, con ágiles arpegios retomó los temas de los dos primeros movimiento. La soberbia Filarmónica de Helsinki, arropó con mimo ese final apoyando el solo en pizzicato, tremolando para llegar a ese incandescente final del que el propio Elgar dijo: «Demasiado emocional». Leif Segerstam, es un director de los que ya no quedan. A pesar de su enorme corpulencia no dejó de marcar cada entrada, de matiar los colores de cada instrumento, insistiendo especialmente en que las sonoridades y los planos dinámicos mantuviera su independencia sin emborronar el discurso sonoro en ningún momento. Las dos obras de Sibelius que siguieron, la sinfonía nº 6 y el poema Finlandia, fueron sendas exhibiciones de cómo se debe interpretar una música nacionalista sin caer en el chauvinismo, haciendo que tanto el metal como la cuerda tuvieran el protagonismo requerido manteniendo el equilibrio, sin perder las formas.

Finlandia fue servida con ese espíritu turbulento que dibuja perfectamente la opresión de un pueblo que lucha por su libertad y que llega a su final con ese Himno de Esperanza que la redime. Las dos propinas, «Vals Triste» y la exhubernta «Marcha», del mismo autor, fueron una prolongación de las exquisiteces que esta sensacional formación brindó en su debut leonés. Un inolvidable y sorprendente concierto.

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