Diario de León
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León

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Q ue me perdone Einstein, pero no todo es relativo. Esto es el Mundial, y no ha lugar a preguntarte, lector, cuál es tu equipo. Los tuyos son los míos, y la Roja son los nuestros. El fútbol nos va a convertir en caballeros de una misma tabla redonda, leales seguidores del deporte rey, sin que quepa esgrimir si tú eres del Barça y yo del Madrid, si aquel del Betis y este del Valencia, pues sólo cabe proclamar un ¡Viva nosotros!, a lo Fuenteovejuna, dicho sea sin fanfarronear, ni ánimo de restarle méritos a los equipos rivales, pero con la alegría y rotundidad de sentirnos representados por una excelente selección: la Roja. Menos lobos, dirán algunos. Allá ellos.

Día a día, voy a ofrecerte una crónica de humor sobre personajes, situaciones y emociones alrededor del Mundial. El periodismo de deportes es uno de los géneros más representativos de este oficio, y de los más difíciles, pues sólo los atletas del lenguaje son capaces de describir el movimiento; no aspiro a tanto, pues lo mío es transitorio, pero te propongo compartir nuestro amor por la Roja, aunque expresado así suene como a tener a medias una amante rusa.

Siempre he mantenido que al campo debe salirse con gula de goles, no con mero apetito, sino con glotonería; sólo así pudimos marcarle seis golazos a Polonia.

Hay que ser insaciables. Repetir y repetir golazos, que ya habrá tiempo de darle al bicarbonato.

Como las muñecas típicas rusas, cada gol de la Roja ha de conducir a otro gol y este a otros. Seamos realistas, pidamos lo imposible, pues ya no lo es. En deporte, como en el amor, la humildad es compatible con la moral de victoria. Les espero, con la ilusión de los niños y el quijotismo de mis mayores. Que gane el mejor, o sea, nosotros.

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