Diario de León
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El 21 de diciembre de 1983, en el Benito Villamarín, España necesitaba ganar por once goles a Malta para clasificarse para la fase final de la Eurocopa de Francia. Contra todo pronóstico, y la incredulidad de la afición, la Selección ganó 12-1.

Aquel partido fue puro rock and roll. Trepidante y rítmico a golpe de impulsos. Era el último partido de la fase previa de la Eurocopa de Francia de 1984. 21 de diciembre de 1983, en el Benito Villamarín, antes de que pasara por allí Ruiz de Lopera y este personaje se convirtiera para el Betis en un ni contigo ni sin ti. Fue increíble, aunque ese día en el campo había 25.000 creyentes.

José Ángel de la Casa, mítico locutor de la historia reciente de la selección, ahora premiado por la academia de la tele, comenzó su narración con una declaración de intenciones, por otra parte sensata: «Prácticamente una misión imposible para el equipo español intentar conseguir marcar once goles-¦». Unos segundos después añadió: «Hay que tirar mucho a puerta para intentar conseguir once goles, lógicamente».

Y sí, España tiró a puerta por primera vez en el segundo 34-™-™, disparo de Santillana. Y antes de los dos minutos de partido, Señor ya había fallado un penalti. Es más, el mismo Santillana marcó el primer gol en minuto 16-™, pero Malta empató ocho minutos después. Es decir, que si, como decía De la Casa, a priori era una misión imposible, cuando ya se había consumido un tercio del partido, el marcador reflejaba un 3-1 que no aventuraba alcanzar un tanteo de once goles. Y es que además, entonces, ya hacían falta 12.

El destino reservó a Señor, quien había fallado el penalti de la ilusión, el honor de marcar el gol definitivo a siete minutos del final de partido. Como fue un partido numérico se puede decir que España lo resolvió en 67 minutos. Le sobraron 16 minutos por detrás y 7 por delante. En medio, fútbol directo, sin tiempo para recrearse en jugadas de toque, aunque viendo las imágenes en la actualidad, la furia famosa tenía a tipos como Maceda o Camacho que no reservaban entrega pero se mostraban en el terreno de juego con el criterio de los grandes jugadores.

Ni que decir tiene que un equipo que para clasificarse en la fase previa necesita marcar once goles, había firmado una trayectoria previa desastrosa, independientemente de los rivales. Holanda, Irlanda, Islandia y Malta fueron los contrarios entonces. Miguel Muñoz, mítico entrenador y jugador del Real Madrid, se había hecho con las riendas de la Selección después de, cómo no, otro desastre sin paliativos como fue el Mundial 82 de España, acontecimiento que dejó para la historia a Naranjito, como mascota, y a Sandro Pertini, presidente de Italia y, por derecho, un tifosi de palco en la final.

En verdad, nunca un periodo de tantos altibajos ha dejado, aún sin títulos, tal cantidad de momentos para la historia. Realmente, un filón indiscutible para esta serie, porque sus ramificaciones, en forma de entusiasmo y sobresaltos, alimentaron la historia de este deporte en España y, en parte, se puede considerar como el eslabón perdido entre lo que fue la furia en blanco y negro y lo que vivimos en la actualidad.

España se desperezaba tras la Dictadura y todo se respiraba a ritmo de novedad y renovación. Pero el fútbol, lejos de identificarse con un pasado que no era cualquiera y sí, peor, se mantuvo como el gran acontecimiento de masas de la sociedad española. Dio igual que las copas de Europa del Real Madrid se asociaran injustamente con el Franquismo. El fútbol siguió siendo lo que estaba por venir.

Por ello, aquel 21 de diciembre de 1983, en el Benito Villamarín, en un partido no apto para incrédulos, saltaron al campo Buyo, Goikoetxea, Camacho, Maceda, Gordillo, Señor, Sarabia, Carrasco, Santillana y Poli Rincón, y, de recambio, Marcos Alonso. Santillana y Rincón marcaron cuatro goles cada uno. Maceda, dos.

Y cerraron la cuenta Sarabia y Juan Señor.

Aquel día en el que el fútbol demostró que en sus marcadores hay lugar para los dos dígitos. Fue el rock-™n roll Malta.

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