Diario de León
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La gloria de l fútbol como espectáculo radica en que se trata de una espléndida función de teatro en vivo y en directo, a la que asisten millones de personas gracias a la televisión. Los actores más cotizados del reparto son sin duda los goleadores, esos depredadores del área que te garantizan emociones fuertes mientras apuntan a la yugular del contrario. El gol resulta caro porque es un acto de fe al alcance de muy pocos privilegiados, unos tipos que suelen permanecer escondidos a lo largo del partido pero que, a la mínima oportunidad, se transforman en matadores que resuelven con la frialdad propia de un tiburón. Un bien tan escaso y cotizado ha inspirado numerosas teorías de corte freudiano. Eduardo Galeano, por ejemplo, afirma que «el gol es el orgasmo del fútbol; como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna». Algo de razón parece tener, pues el delantero del Real Madrid, Iván Zamorano, otro pícaro por definición, aseguraba que «marcar un gol es como tener un orgasmo, algo tan fascinante que cuesta explicarlo».

En el eterno podio de los goleadores mundialistas figuran varios nombres de mucho postín. Pelé, un auténtico cisne con botas, se coronó como el estoqueador más joven al marcar un tanto a Gales con apenas 17 años. Y ya sabemos, como bien dijo don Alfredo Di Stéfano, que el primer gol vale por tres. El máximo artillero en la historia de los Mundiales es el brasileño Ronaldo, un fenómeno que hasta despeñarse en las garras del sobrepeso fue capaz de dejar pinceladas exquisitas y sumar la friolera de 15 tantos.

Un gol menos luce en su palmarés el alemán Gerd Müller, delantero cuya máxima virtud consistía en tener la portería contraria metida entre ceja y ceja. Varias décadas atrás, el galo Just Fontaine cierra con 13 chicharros el libro de honor de los goleadores en la Copa del Mundo. Todos ellos, en fin, fueron jugadores que marcaron la diferencia y se sintieron reyes gracias al frenético orgasmo del gol.

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