El cocinero

La selección tiene su propio chef . Piensas: claro, la dieta de un futbolista de la Roja ha de ser sagrada. Bueno, quizá esa no sea exactamente la palabra, dado que no les faltan los callos y la chistorra, según hemos sabido. Por salud y ganas, Sergio Ramos podría desayunarse un buey; usted y yo también, pero el nuestro necesitamos que nos lo pongan a la plancha. El chef se llama Javier Arbizu y este es su quinto Mundial, de lo que nos alegramos pues no hay quinto malo. Tiene aspecto de padrazo, o de ese tío que le consiente las chuches a los sobrinos. Y luego está el nutrecionista, que llega siempre con las rebajas, y los jugadores le llaman doctor hambr ».

Ver un partido en casa tiene su ceremonial gastronómico. Más que cena, picoteo, pues no es de recibo gritar gol con la boca llena de langosta a las tres salsas. Parquedad, que lo importante es el fútbol. Un hueso de aceituna puedes tragártelo, pero con uno de cerdo o cordero ingresas en Urgencias. Los partidos hay que verlos sin convertir el salón en un banquete de boda, pero también sin que parezca la posguerra. No pueden faltar frutos secos, alguna gambilla, mejillones, queso de la tierra, tostas, su majestad la cecina, sin hacerle ascos al jamón, pastelines-¦en fin, saltarse un poco la dieta, pero sin cortes de mangas a la misma. Y sobre todo, saber que si te levantas a hacer no se qué, el chaval se abalanzará sobre tu plato y luego la culpa será del periquito, aunque sea una cerámica.

Escribo sin saber si nuestra selección ha ganado, y si los de la Roja se habrán ido a la cama sin cenar, castigados o desganados. Doy por hecho que golearon, y que ayer no sólo lo festejaron con doble de callos, más otra de chistorra, sino también con triple ración de postre. Y gri-

tando: ¡Tres hurras por el coci-

nero! Como nosotros. ¿O no?