Diario de León

mundial de sudáfrica 2010

El requetegol

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León

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Nos hemos estrenado, sí, pero sin ningún requetegol. No se trata de hacerle ascos a una victoria, pero supo a poco. Los mexicanos diferencian entre el ahora, ahorita y ahoritita. Algo similar pasa con los goles, hay jerarquías de calidad. Sólo el requetegol es cantado años después por los juglares, como aquel de Maradona a Inglaterra en 1986, considerado el mejor de la historia de este deporte, aunque la chilena de Pelé quizá sea más mítica. En el partido contra Honduras no hubo requetegoles, aunque sí un requetefallo: ese penalti lanzado fuera por Villa. Nadie es perfecto, salvo Miss Albacete.

El requetegol implica virtuosismo y genialidad técnica por parte del jugador que lo marca, pero también un poco de canchondeín, como si en ese momento hubiera contado con la complicidad de los ángeles del fútbol, que haberlos, haylos. Queda grabado en la memoria colectiva, independientemente de que luego, como ocurre cuando un pescador recrea su mejor tarde truchera, todo se exagere un poco, pero siempre a partir de una emoción real: haber hecho posible lo imposible. Y ni siquiera la objetividad de la imagen grabada, ver de nuevo lo que ocurrió, impide tal agrandamiento poético al rememorarlo, pues el requetegol lo marca un hombre, su equipo y todos los seguidores. Como dice un periodista en El hombre que mató a Liberty Balance: «En el Oeste, si se nos da a escoger entre la verdad y la leyenda nos quedamos con esta». En el fútbol, también. El rostro de Vicente del Bosque era una gran coraza de piedra. No es hombre de aspavientos. Esperaba un requetegol, no sólo tantos, aunque den la victoria. Quería un cantar de gesta, no dos buenos sonetos. Otra vez será. Costó. Los hay mucho más difíciles. Y es ahora, ya con nuestro ego colectivo en su sitio, cuando el Mundial comienza.

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