Agua y vino
Mal que bien, el fútbol tiene unas normas que seguramente están para saltárselas. Así que el Mundial celebrado en México en 1970 estuvo caracterizado por la guerra psicológica contra el combinado inglés, al que nadie perdonaba en Sudamérica por los excesos arbitrales que le llevaron al título en 1966. Para ir calentando el ambiente, se acuso a su jugador Bobby Moore de robar un brazalete de esmeraldas en una joyería de Bogotá, e incluso llegó a publicarse que en el momento de aterrizar en México los ingleses estaban borrachos al bajar por la escalerilla del avión. Los británicos no se quedaron atrás en el intercambio de golpes e insidias, hasta el punto de anunciar que llevaban su propia reserva de agua para no contagiarse de la «peste mexicana». Pero golpes de verdad hubo entre Honduras y El Salvador, cuyas selecciones se disputaron un puesto en el Mundial. Aunque parezca increíble, la eliminatoria desencadenó un conflicto militar entre ambos países que se cobró más de 6.000 muertos y varios miles de heridos.
Juanito , una especie de niño-jornalero que lucía el típico sombrero mejicano, fue la nueva mascota de un Mundial que se retransmitió por televisión en color vía satélite y se jugó con una llamativo balón de Adidas, diseñado a base de pentágonos negros y blancos. También se introdujo otra gran novedad, como eran las tarjetas rojas y amarillas que sancionaban las tarascadas y los malos modos entre los jugadores. A pesar del gran papel realizado por Alemania, que en cuartos de final logró eliminar a Inglaterra vengándose del tejemaneje padecido en el Mundial anterior, e incluso de Uruguay, el sistema defensivo que siembre ha caracterizado al once italiano, el célebre y plúmbeo catenaccio , le bastaría para llegar a la final.
Un duelo a vida o muerte entre los azzurri y el deslumbrante Brasil de Pelé y Rivelino, capaz de dibujar un juego sinfónico jalonado de momentos mágicos. La canarinha venció casi sin despeinarse, exhibiendo el que muchos técnicos consideran el mejor fútbol de la historia.