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Cristiano Ronaldo durante el entrenamiento de ayer.

Publicado por
Eduardo Aguirre | León
León

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E n España todos somos catedráticos, incluso quienes nunca han opositado, en fútbol y en política. A los aficionados españoles nos gusta demostrar poderío en tales saberes, darle al bla bla bla, en bares y oficinas, incluso delante del espejo. Y en la prensa, como un servidor. Llevamos dentro -juntos y revueltos- un equipo, un entrenador y un árbitro; algunos, además, a Naranjito. No quiero decir que seamos los únicos chuletas del Mundial, pero lo nuestro es diferente, tanto en los hinchas como en los jugadores. Un inglés te pide siempre permiso para meterte un gol. ¿Y dónde está la chulería en tal exhibición de fair play ? se preguntará algún lector. Pues en que sí se lo niegas lo meten igual. Los alemanes, más cuadriculados, la solicitud te la han remitido con un mes de anticipación, y certificada.

Volvamos a lo de la cátedra. Quien esto escribe, no ha dado un puntapié a un balón desde hace más de cuarenta años, pero con sólo mirar una fotografía del esférico del Mundial ya puede emitir un diagnóstico sobre su misterioso bote y rebote, incluso -si llega el momento- echarle a él la culpa de lo que pasa, que diría Albert Hammond. Pero durante un Mundial, este defectillo de los pseudos conocimientos es perdonable, pues no todas las jactancias son malas. Seamos catedráticos: disertemos, pues hay mucha felicidad en juego, aunque de esta felicidad ya hablaremos en otra columna; de momento, les dejo las palabras de Gyan, el autor del gol que ha colocado a Ghana en octavos, único país africano que permanece en la competición: «Soy el hombre más feliz del mundo». Lo entendemos. ¡Ole tu cátedra!

Mientras, Cristiano Ronaldo, quien no se pide una cita a sí mismo por no negársela, entrena y se pregunta qué estará haciendo Paris Hilton. Fácil, no hay que ser catedrático: nada.

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