Diario de León
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León

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Ale mania 2006 fue un Mundial de amplia onda expansiva. El evento deportivo contó con el poderío de aquel país como demostración de capacidad organizativa y el equipo anfitrión se apeó en semifinales, por lo que hubo expectación hasta al final por parte de los aficionados teutones, que esta es una expresión también muy futbolera. Es más, la presencia alemana se remató con la agridulce victoria en la final B, esa que es una medalla de bronce, pero que en fútbol sabe a hojalata. Y más, si eres alemán y juegas en casa. Pero cumplieron. España, no.

España despertó ilusiones que conectan con la actualidad. Por el equipo español ya circulaban con jerarquía los héroes de 2008, aunque había nombres con demasiados galones e historia que complicaron la convivencia por una desmedida ambición de protagonismo. Porque, qué otra cosa fue si no lo de Raúl. Un histórico, un mito y, tal vez, el mejor jugador español de todos los tiempos. Pero en los mundiales no valen de nada las estadísticas, salvo que se actualicen cada día. Frescura se llama a todo esto.

Por aquellas fechas de 2006, en una conversación futbolera con argentinos surgió una pregunta: ¿Pero cuándo jugó bien Raúl? Estos aficionados llevaban en España desde 2004 y en su tierra solo hacían que ver goles y goles del madridista y se decían: Ver un partido completo de este boludo tiene que ser una maravilla. La anécdota contiene la explicación de que Raúl fue un jugador que desde los 17 años demostró una capacidad futbolística impresionante, tanto en lo individual como en lo colectivo. Y no fue como Butragueño, por hablar de otro mito, cuyas pilas duraron más bien poco. Raúl ha sido un jugador de largo recorrido con un historial, también en lo colectivo y en lo individual, he aquí su mérito, inalcanzable.

Pero en 2006 ese Raúl ya no estaba. A España la eliminó Francia, un equipo en decadencia que conservaba a Zidane como joya de la corona. Villa marcó primero aunque al final perdimos 3-1 y se desató el debate Luis sí, Luis no. En los mentideros se cuenta que la concentración española vivió momentos de máxima tensión, en un grupo dividido entre veteranos y jóvenes, estos últimos envueltos en los problema suscitados por los que se creían amos del cotarro. Pero en Alemania se sentaron ciertas bases de futuro en torno a una generación irrepetible, que es la que nos toca disfrutar ahora pase lo que pase. De hecho, el primer partido fue una declaración de principios, en la que los cuatro goles contra Ucrania los marcaron Villa (2), Xabi Alonso y Torres. Luego repitieron, aunque es de ley reconocer que también marcó Raúl. Luis Aragonés se aferró al puesto hasta la Eurocopa de 2008 y cerró a su estilo su personalísimo círculo al frente de la Selección. Cuando querían que se fuera, no se fue, y cuando querían que se quedara, se fue. Dicen que Fernando Hierro sabe mucho de todo esto.

En definitiva, fue un Mundial de titulares, pero periodísticos. Zidane llegaba a su fin. Raúl se acercaba a donde llegaba Zidane. Luis que decía que se iba, se quedó. Alemania vio cómo se pierde un partido a los 118 minutos. Italia volvió a ganar un partido a los 118 minutos. Y su pastel catenaccio para todos tuvo como guinda ganar la final a penalties.

Pero el punto final lo puso antes de acabar el partido, la prórroga y los penalties, el mago Zinedine Zidane, que perdió la cabeza y la encontró en el pecho de Materazzi. Se retiró del campo y pasó delante de la Copa del Mundo. Ni la miró.

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