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León

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El fútbol, calificado por algunos como una guerra mundial sustentada sobre métodos incruentos, es una telaraña de jerarquías, lealtades inquebrantables, antiguos resentimientos, amores y desamores frustrados. Una victoria absoluta del caos sobre la razón, en la que surgen rivalidades y odios llevados al último extremo. Así ocurre, por eterna tradición, en los partidos entre Argentina e Inglaterra, dos extraños compañeros de cama que no pueden verse ni en pintura. No hay más que recordar el memorable choque de trenes acontecido en el Mundial de Inglaterra, cuando los dos equipos sacaron a relucir toda una batería de marrullerías, incluido el poco elegante cuchillo entre los dientes. El árbitro alemán Krestle favoreció descaradamente al combinado local, expulsando de forma incomprensible al argentino Rattin. Los jugadores sudamericanos se abalanzaron sobre el trencilla, que mantuvo el tipo y su equivocada decisión. Cuando se dirigía al vestuario, y de forma un tanto vergonzosa, Rattin evidenció su enfado pisoteando la alfombra de la reina Isabel, en un gesto de menosprecio que venía a significar algo así como Dios mate a la reina , al imperio británico y a toda su parentela .

Tampoco los ingleses se quedaron atrás en cuanto a grosería y malos modales. Alf Ramsy, el entrenador de los británicos, saltó al campo nada más acabar el partido, para advertir a sus jugadores que no cambiasen sus vestimentas con los rivales. Así que gritó: Nosotros no intercambiamos camisetas con animales . En fin, todo muy feo y desagradable. Seguro que ni uno ni otro habían leído al periodista leonés Lamparilla, que versificó a cuenta de las exacerbadas pasiones deportivas:

Es risible, como hay Dios,

y hasta resulta nefando

el que muera este o aquel bando-¦

¡pudiendo vivir los dos!

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