El futbolista ambidiestro que quería ser minero

Cuando era pequeño quiso ser minero, como su padre, el carismático Mel, pero David Villa no se acerca ahora a la boca de una mina ni en su Tuilla natal, en la cuencas asturianas que tanto carbón suministraron a la industria.

Con sólo cuatro años, aquel niño travieso al que comenzaban a llamar Guaje se rompió el fémur de la pierna derecha, una fractura muy fea en la edad del crecimiento. Los médicos temieron que se quedara cojo por la necesidad de llevar un yeso durante seis meses. Cuando poco a poco se fue recuperando, le aconsejaron que dejara de jugar a fútbol por un tiempo. Y él debió entender que se referían a la pierna derecha, la que se había roto, por lo que comenzó a golpear el esférico con la izquierda en plena convalecencia, a hacerlo todo con la zurda. Así se hizo ambidiestro. Con el tiempo, no sólo no le quedaron secuelas de aquella lesión, sino que se convirtió en un jugador ambidiestro que muchos años después resuelve con calidad con las dos piernas.

La mina, el fémur y todavía otro obstáculo más que tuvo que superar a corta edad. Como ya goleaba en la escuela Regino Menéndez, su padre decidió llevarle al Oviedo, el club de su corazón. Hizo la prueba en alevines, pero le rechazaron. Unos dicen que por bajito, otros que porque Tuilla no estaba en ninguna ruta posible del autobús que recogía a los niños del fútbol base que vivían fuera de Oviedo. El caso es que Villa se quedó en el UP Langreo, donde dio los pasos adecuados para seguir creciendo en el fútbol hasta el punto de que un día se fue al Sporting, ya en categoría juvenil. Y su progresión ya fue meteórica: los aficionados de Sporting, Zaragoza y Valencia le adoran porque nunca les falló durante un partido por entrega y puntería. Y tras el Mundial de su estrellato internacional definitivo se incorporará al Barça para intentar engordar un palmarés que a nivel del club todavía no le hace justicia. Pero en la selección es otra cosa.