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la otra cara de...

«Me gustaría ser actriz algún día»

Estudia Psicología y le gustaría también matricularse en Fisioterapia, aunque sueña con la interpretación El cincel del sacrificio esculpe una trayectoria deportiva llena de éxitos. Es una persona fuerte y muy optimista, pese

Carolina, primera gimnasta del país, posa en la pasarela que salva el Bernesga junto a San Marcos.

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sergio c. anuncibay | león
León

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Despojada de sus mallas, fuera de la pista y lejos de la alta competición tiene un aspecto frágil, cincelado con una sonrisa perpetua donde se atisba el optimismo y se esconde el sacrificio. Es sólo una ilusión. La gimnasta Carolina Rodríguez (León, 24 de mayo de 1986 ) ha tenido que renunciar «a muchas cosas» para llegar a ser tres veces consecutivas campeona de España, seis veces representante española en un mundial y una en los Juegos Olímpicos. Ocupa el puesto 17 en el ranking internacional. «No me arrepiento de haber elegido este camino, he hecho muchas más cosas que la gente de mi edad y no lo cambio por nada», afirma la primera gimnasta del país.

Ha vivido de otra manera, sin abdicar del todo de su juventud. Exprime el tiempo al máximo para sacarle jugo a la vida. «Soy madrugadora por naturaleza, casi no necesito despertador. Me levanto sobre las ocho», explica. Va al gimnasio por la mañana y luego aprovecha para estudiar. Entrena de seis de la tarde a diez de la noche. Está matriculada en Psicología, tiene «un popurrí de asignaturas de primero, segundo y tercero», pero tampoco tiene prisa por terminar. Lo hace por inquietud. «No me gusta perder el tiempo, me pongo de mal humor», apunta. Eligió esta carrera «porque -”dice-” es un campo que me interesa». Reconoce que necesita saber «cómo piensa el ser humano», quizás por una experiencia personal que a punto estuvo de apartarla del deporte. Tuvo «muchos problemas» cuando estuvo concentrada en Madrid durante ocho años, no se la trató bien y la seleccionadora que había entonces la descartó del equipo nacional. «Decidieron apartarme por criterios técnicos y volví con la idea de que no quería saber nada de la gimnasia, era una etapa de mi vida terminada», recuerda. Tenía 21 años.

Fue un golpe muy duro que no pudo tumbarla. Ese mal trato espoleó la ambición que cabalga a lomos de su firmeza. Empezó en la gimnasia con sólo 8 años, en el Club Ritmo. Anunció su retirada en el 2007, pero al poco tiempo recuperó «el gusanillo», la ilusión. La volvieron a convocar para la selección y ella aceptó, aunque puso condiciones: «Dije que si volvía era con la condición de que me quedaba en mi casa, con mi entrenadora, eso no lo cambiaba por nada del mundo, aunque me dieran una fortuna», reconoce. Aquí están sus padres, su hermana y, sobre todo, Ruth Fernández, su preparadora, compañera y amiga. «Soy la primera gimnasta del país y ella (Ruth) no recibe nada a cambio por ello, ningún tipo de sueldo, era una cosa mutua porque llevamos mucho tiempo juntas», agradece.

No fue el único palo, hubo otro mucho más duro, un desgarro: «En el 2003, diez días antes del Mundial, mi hermano falleció en un accidente de tráfico y para mí fue un golpe muy duro, porque en ese momento no sabes qué hacer». Estaba sola en Madrid. Supo sobreponerse y acudir al campeonato para asombro de la federación. «Al volver me plantee por primera vez tirar la toalla», cuenta. No lo hizo. Ese año preparó el conjunto nacional para ir a los Juegos Olímpicos de Atenas. Lo consiguió e incluso logró un diploma. «He tenido malos momentos, pero hay tantos buenos que me compensa», declara. Ha madurado y la gimnasia le ayuda a «afrontar las cosas».

Tiene más confianza que nunca. Sueña con Londres 2012. «A partir de ahí no veo nada más», relata. Quiere estar en las Olimpiadas y sabe que «el camino hasta llegar ahí va a ser muy duro», pero no claudica, nunca lo ha hecho. «El próximo año va a ser muy complicado, porque está el Mundial clasificatorio a finales de septiembre», asume. Pero hay más: «Me gustaría que me viesen en el mejor año de mi vida». Suena raro, porque lo ha ganado todo en España desde que era una niña, pero Carolina Rodríguez tiene «mucha confianza» en sí misma y, «sobre todo, en las personas que están conmigo». El entorno protege su talento, mejorado con esa dosis de esfuerzo y ambición que construye junto a los suyos. «Mis padres son los dos sordos y cuando estaba en Madrid no me podía comunicar con ellos», alude. Su primera palabra fue un gesto. Ahora vive en casa y, de momento, no piensa en emanciparse.

Tampoco imagina su retirada, aunque elucubra sobre el futuro: «Me gustaría estudiar también fisioterapia», reconoce. Hay más: «El cine me gusta mucho y de hecho es una profesión frustrada, porque me gustaría algún día ser actriz, pero no he tenido tiempo», comenta mientras acentúa la sonrisa.

Por ahora seguirá con su preparación, «luego ya se verá». Es supersticiosa. Le da suerte el número tres y antes de la competición reza una oración junto a Ruth, besa tres veces un crucifijo que lleva su entrenadora al cuello, que recibe otros tres besos. En esa víspera visualiza mil veces el ejercicio, mientras duerme, y mantiene vivos esos sueños. Cuando despierta, advierte que son realidad. Ya le pasó antes.