Y a jugar

Pues a mí Guardiola me pone. Es poca cosa, feo, con ojos de caniche y aire compungido. Despierta en mí esa simpatía cómplice que suscitan los tímidos con cara de buena gente, esos que de no salir en la tele pasarían de largo por la vida generando afectos sin acuse de recibo. Nula como soy para entender las presuntas virtudes que encumbran a un as del fútbol, me aferro a la fachada, el espejo, dicen, del alma y por ahí decanto mis querencias. Simple argumento, lo sé, para tomar partido en un envite que acapara más atención que los temblores de Fukushima. Dice aquí mi compañera que a Guardiola le está perdiendo la palabra... pero, reina, te me estás quedando ciega... ¿Acaso te deslumbró el fulgor de la copa trasnochada, consuelo de segundones?. A ver si resulta ahora que el bocazas es Guardiola y hemos cambiado las tornas. Lo que todos hacen a diario, en el de Santpedor es un pecado. Vamos, que Mou ahora es mudo y encima ha descubierto la cuadratura del círculo para merendarse al Barça. A ver quién se traga el cuento de que el partido de Mestalla abre una nueva era en el fútbol del milenio. Es muy propio del madridismo regodearse en la victoria y barrer la porquería que acumuló en la temporada. El camino se hace al andar, no dando un día una patada. Quien sí va a ganar, mira por donde, es el público del Bernabéu, que volverá a ver fútbol esta temporada.