Diario de León

Furtivismo en los ríos de montaña

Los caudales demasiado bajos y la escasa vigilancia de los cauces facilitan ésta práctica ilegal que provoca serios daños en la población truchera, sobre todo cuando se utiliza lejía o veneno

El furtivismo truchero aumenta durante el verano.

El furtivismo truchero aumenta durante el verano.

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pedro | vizcay
León

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A penas faltan dos semanas para que se cierre la temporada de pesca en los ríos naturales, aquellos que no están regulados por embalses, y el estiaje se deja notar de forma que, en algunos casos y en ciertos tramos, apenas discurre corriente superficial. Esto sucede en el Torío, Curueño, Omaña y, muy especialmente en el Eria y el Duerna. Curiosamente son ríos donde se ha pescado relativamente bien y conservan bastantes truchas que, ante la carencia de caudal, se refugian y concentran en las pozas. En su lucha por la supervivencia las truchas de los ríos leoneses atraviesan dos momentos críticos: la época de frezas, entre noviembre y febrero y el estiaje estival, cuando el caudal se reduce hasta casi secar algunos cauces fluviales. Es entonces cuando los furtivos hacen su agosto.

La pesca a mano o con arpón son males menores si se comparan con el daño irreparable de la lejía o el veneno. El hábito del furtivismo arraiga en la mayoría de las comarcas leonesas, pero de forma muy especial en El Bierzo y Omaña. El pescador se pregunta para qué servirá, si es que llega a publicarse, la nueva Ley de Pesca cuando una sola acción da al traste con toda una política de recuperación.

Cuando llega el verano los pueblos de la montaña, semivacíos y abandonados durante gran parte del año recuperan a los veraneantes. La mayoría son los mismos que en su día se fueron a la ciudad ante la falta de perspectivas de vida y que regresan, por unos pocos días, a sus orígenes. Barcelona, Madrid, Bilbao ... casi han conseguido desarraigarles, pero aun conservan la nostalgia del terruño. No olvidan aquellos veranos cuando a la hora de la siesta o por la tarde, huyendo de la era, se daban un buen baño en las pozas del río y además, con una cierta habilidad, se llevaban la cena en forma de media docena de suculentas truchas pescadas a mano. Era el tributo que el río pagaba generosamente y que ahora, años después, siguen reclamando.

Pero las circunstancias han variado: ni el río tiene tantas truchas como antaño ni la habilidad del chapuzador es la misma. Es entonces cuando se recurre al sistema más sencillo, dos o tres garrafas de lejía bastan para envenenar una poza y conseguir rápidamente la merienda, lo que ocurre después, cuando durante varias horas el río se va muriendo importa poco.

1397124194 Tipología del furtivo. La prohibición de vender las truchas unida a la precariedad de las poblaciones piscícolas, han eliminado prácticamente al furtivo profesional. La Administración con sus estudios hidrobiológicos abrió el camino de la pesca eléctrica que, rápidamente fue copiada por furtivos que esquilmaron acotados repletos de truchas, como El Castillo o Rioseco de Tapia en una sola noche. Estos, los de los cables, han ido desapareciendo. Quedan los irreductibles, cada vez menos, de la garrafa, los sedales durmientes y el arpón. No comercializan, se limitan a pescar para una merienda o cuando más abastecer el arcón congelador de cara a la sopa de truchas navideña. Los de caña, que se pasan del cupo en una jornada de fortuna o utilizan cebos o artes prohibidas como la ninfa también, por su número, causan un daño importante en el río, y basta ver el daño que se causa en el Esla, pero éstos son los más vulnerables y los que nutren las listas de denuncias. Pero la crisis se ha dejado notar también en el río. Los agentes forestales, con las horas reducidas y el parque automovilístico sin renovar y, lo que es peor, sin gasolina, han reducido notablemente sus servicios, y esto lo nota cualquier aficionado que sale al río.

Aun reconociendo que no es fácil vigilar tres mil kilómetros de ríos las veinticuatro horas del día es preciso reconocer también que la Administración se preocupa muy poco de cuidar los ríos. En muchos casos son los propios aficionados los que, a través del teléfono móvil, advierten a la Guardia Civil cuando observan infracciones. En otros casos prefieren ignorarlas para no buscarse problemas.

Hace unos días un guía del grupo «Ninfa Calidad» me comentaba como un furtivo, con su inseparable acompañante, esquilmaba el tramo libre sin muerte del Torío. El oportuno aviso motivó que la Benemérita le incautase 16 truchas entre pequeñas y grandes. Es un ejemplo. Y la conclusión bien sencilla: menos legislación y mas vigilancia.

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