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Un camino a la libertad

Los presos de la cárcel de Mansilla utilizan la actividad física para olvidar su condena y eliminar el estrés.

El boxeo es una de las actividades más demandadas en la cárcel porque sirve para eliminar tensiones y olvidarse de la condena. Exige mucho sacrificio.

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sergio c. anuncibay | león
León

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Caras serias. Seis personas lanzan golpes al aire. Decenas de guantes descansan en una estantería. Un saco cuelga del techo. Carlos danza por la sala casi sin pisar el suelo. Es la cárcel de Mansilla de las Mulas. Algunos presos acuden a su clase de boxeo para asear su desarraigo. El deporte forma parte de la terapia. «Llegan aquí muy desestructurados físicamente, con problemas de drogadicción, tomando la metadona o desde aislamiento», explica Carlos, boxeador profesional en su juventud y, desde hace ocho años, encargado de esta actividad.

No quiere preguntas personales, aunque reconoce que cuando entró preso era una persona poco sociable. «Estaba encerrado en mí mismo, no era capaz de tratar con la gente. Llevo muchos años a buen recaudo y ya he aprendido», explica. Empezó a boxear a los 11 años. «Nunca pensé que pudiera entrenar a nadie, aunque este es un campo experimental muy diferente al de la calle», reconoce este asturiano, que ha encontrado en el deporte un conducto hacia la libertad.

No es el único. La prisión leonesa tiene un módulo, el 6, donde el ejercicio físico adquiere la máxima expresión. Sus internos pueden jugar con las selecciones de fútbol y baloncesto, auspiciadas por la Fundación del Real Madrid. Si acatan las normas de comportamiento saldrán de la cárcel para disputar sendos torneos. «Tienen que aceptar un control de analíticas periódicas. Un positivo por cualquier tipo de droga supone la expulsión del módulo. Es muy exigente», relata el educador Luis Ángel Tascón, responsable de perfilar el combinado de internos que forma parte del equipo de fútbol. El leonés Pepe Calvo, técnico del Logroñés, es también el entrenador de los presos. Acude todos los lunes y martes al centro de Mansilla.

Chester es uno de los elegidos, a pesar de que está en primer grado. Tiene 25 años, lleva cuatro meses en Mansilla y es de Madrid. «Me han aplicado el artículo 100.2 —principio de flexibilidad— para poder salir con la fundación. El deporte lo es todo dentro de la cárcel», declara este joven mientras observa desde una grada como algunos de sus compañeros de módulo juegan a fútbol sala. «Es una válvula de escape porque aquí cada uno tiene sus problemas. Ayuda a olvidar la prisión, los juicios y la condena», aclara. También sirve para eliminar tensiones y evitar peleas. «Aquí llegas con una pérdida de confianza importante porque algunos se sienten traicionados, incluso por su propia familia. El deporte de equipo hace que seamos más compatibles», subraya Chester, condenado por secuestro. «Tengo hasta el 2018», matiza con una sonrisa lacónica.

No quiere estar en el patio. «Ahí no evolucionas, te quedas estancado. Imagínate lo que te puedes encontrar. El deporte ayuda a desahogarse», justifica. El ejercicio físico es voluntario, aunque los presos del seis están obligados a realizar, al menos, una actividad, dos como máximo. La oferta es amplia. Tienen gimnasio en cada módulo.

Claudio Fabián Ochoa trabaja su musculatura en la sala de pesas. Es argentino. Sobre su espalda soporta una condena por asociación criminal y robo. «Ya llevo tres años en esta prisión», subraya. «Éramos tres personas que atracábamos joyerías, pero no pertenecíamos a ninguna banda», asegura. Pasa buena parte de su tiempo en la cárcel entre el gimnasio y el economato, donde trabaja. «Aquí desenchufo de todo. Tengo tres hijos y una madre que tiene ochenta años y está enferma del corazón», lamenta. «Esto me sirve como terapia, pero no voy a negar que también me gusta estar bien físicamente», puntualiza Ochoa, que utiliza el deporte para «tener la cabeza despejada». Dice que «las tensiones del día» las descarga en el gimnasio.

Responsabilidad

Entrena a diario, como la mayoría de presos. El módulo 6 tiene 80 internos de los 1.200 que pueblan la prisión. «Todas las actividades están evaluadas por el equipo de tratamiento del centro. Las supervisa un funcionario, las coordina un educador y las controla un interno», describe Luis Ángel Tascón, quien incide en que lo más importante para formar parte de las selecciones es la conducta, más allá de las capacidades de cada uno. «Si no tienen un buen comportamiento dejan de jugar», aduce.

Hay tres horas distintas de actividades programadas. Los reclusos de todos los módulos tienen una pista que se utiliza para correr, normalmente a primera hora de la mañana. «En verano está muy solicitada», revela Tascón, que considera al deporte como un elemento fundamental en la reinserción. «Requiere un sacrificio muy grande y se nota mucho la mejoría de quién lo práctica. Ayuda a no pensar en otra cosa», explica.

Autonomía

Esa debe ser la esencia por la cual el deporte en la cárcel adquiere una dimensión ulterior. Los presos hablan de él con pasión, quizá porque esa privación de la libertad deja poco espacio para la soberanía individual.

El centro penitenciario de Mansilla de las Mulas tiene una comisión de deportes, que está integrada por internos de los distintos módulos de respeto. Son ellos los encargados de diseñar —siempre bajo la supervisión de los funcionarios— los diferentes eventos deportivos.

Organizan reuniones cada semana. Ahí sienten esa autonomía tan difícil de percibir cuando estás rodeado por muros de hormigón, coronados con alambre, y puertas de hierro que se cierran a cada paso.

Las competiciones de los fines de semana fuerzan una evasión, más que necesaria, para no caer en el agotamiento emocional. Forman equipos por países, edades, continentes y módulos. Rivalizan al fútbol, al baloncesto, al fútbol sala, al voleiboll... Pero también juegan al tenis, al ping-pong, al balonmano o al ajedrez.

Incluso hay una sala sociocultural donde suena la música desde las once y media de la mañana. Martins Weber controla el ordenador con los distintos temas. Es la encargada de las clases de aeróbic. Lleva tres años en prisión y saldrá a la calle en 17 meses. «Cuando quede libre quiero volver a Brasil, mi país, porque ya llevo demasiado tiempo en España», explica.

Cinco personas bailan efusivamente mientras Weber marca una coreografía de raza. «Llevo bailando desde los 10 años. Me ayuda a pasar el tiempo y a olvidarme de dónde estoy. Además es muy bueno para el cuerpo», explica.

Está en la cárcel por un delito de inducción a la prostitución, «trata de blancas», aclara. Tenía pisos en Alicante y antes de llegar a Mansilla pasó por la prisión de Cáceres. Señala que normalmente «unas doce personas» acuden de lunes a viernes a bailar a esta pequeña sala por donde se cuela la luz del patio, pero «hoy somos pocos porque han venido los de Cáritas y eso es prioritario», cuenta.

Martins, Carlos, Fabián y Chester, igual que muchos otros presos, son solo un pequeño ejemplo de la importancia que puede tener el deporte para alguien que sufre una condena por un delito.

Hay esperanza. Y en la cárcel de León utilizan el ejercicio físico como tránsito.